lunes, 17 de octubre de 2011

CEMENTERIO DE PINTURAS. VIII.


Aquellos ojos eran rojos, pero era un rojo de muerte, parecido al color de la sangre cuando se empieza a pudrir. La mirada era penetrante. Los colmillos de aquella demoniaca cara estaban bañados en sangre, los cuernos eran enormes. La barba de aquel demonio era toda una selva salvaje de desorden.
Alejandro pintó de gris aquella aberración y pintó de nuevo la cara del coronel. El miedo se empezó a hacer presente en su ser. De pronto el seco ruido de unos pasos justo detrás de él lo regresaron a la realidad. Puede ser Soledad, estoy solo en la casa, si seguro ella debe de ser. Pensó Alejandro. Por otra parte, pueden ser las nenas, pero, ellas nunca salen de la cocina, ¿Qué tendrían que venir a buscar a mi habitación?
Los ojos de Alejandro se movieron lentamente hacia el origen de aquellos pasos, de algo si estaba seguro, eso que caminaba detrás de él no era de este mundo. El ambiente había cambiado, había mucho frio y un olor hermoso a carne podrida había inundado la habitación.
Sus pies pisaron algo mojado, Alejandro desvió la mirada para el piso. El piso ahora sí estaba manchado de sangre. ¿Qué demonios ocurre? Pregunto mientras levantaba la vista. Ante él, Julio. Sangrando de las manos y de la boca como siempre, mientras uno que otro gusano jugaba en las cuencas que habían dejado las balas que le cegaron la vida. Quizás, aquel espectro era el que más había sufrido antes de morir.
Alejandro sintió un alivio, ¿un alivio?, aquel fantasma era su amigo. ¿Quién puede ser amigo de un fantasma que te recuerda cada uno de tus fracasos? Julio vivía recordándole a Alejandro las oportunidades perdidas en la vida. Los años que pasó viviendo como vagabundo en la Universidad. Los días en que había dejado escapar la oportunidad con una chica. Pero parece ser que a Alejandro le encantaba eso, recordar su pasado. Su presente era pobre y su pasado muy rico.
Con el pasar de los días, el rostro del demonio seguía apareciendo en la cara del coronel. Alejandro pintaba todos los días, hasta que un día decidió dejar el rostro de aquel demonio en la pared, justo enfrente de su cama. ¿Qué hago en un lugar sin ventanas? Seguro que dormir.
Julio lo acompañaba y con sonidos se comunicaba con Alejandro, este ya se había acostumbrado a que las nenas, aquellas pequeñas burlas de una vida pasada, le acompañaran en la cocina a las horas de las comidas.
En la sala la historia era diferente. En aquel lugar, Alejandro vivía muy tranquilo, lejos de aquellos fantasmas. En ese lugar miraba algunas veces la televisión. Fue entonces que decidió empezar a dormir ahí. Julio era muy aterrador, además, el demonio lo miraba con ganas de querérselo comer.
Desde que Alejandro empezó a pintar, la casa empezó a desarrollar una oscuridad interesante. Las sombras jugaban de un lugar a otro, los ruidos se escondían en los oídos del pintor, mientras que los espectros no podían, entrar a la sala. Alejandro convirtió aquel lugar en su más deseado fortín.
La sala era pequeña, tenía una chimenea con un ducto hecho de ladrillos de color marrón. Subía por toda esa pared y buscaba el cielo al pasar por el estudio de pintura. Un sofá de color celeste, era cómodo, Alejandro no necesitaba cama, tenía su sofá. Luego, una gran alfombra verde cubría todo el piso de aquel recinto. La paz reinaba en aquella sala. Algunas veces Alejandro miraba a las nenas que lo observaban  desde la puerta de la cocina y las ignoraba. Pero a la hora de la comida, le volvían a recordar su doble moral. La amas pero no la amas, le dijo una vez una de ellas cuando Soledad salía por la puerta llorando. Doble moral.
Los gemidos de Julio se escuchaban por las noches, pero últimamente se escuchaban incluso los disparos de unos fusiles. El dolor se vuelve a repetir. Pinta, pinta, pinta todo el dolor de esa maldita casa.
La televisión, portal para poder enterarse de lo que sucede en todo el mundo, se quedaba a veces encendida, mientras Alejandro caía plácidamente en un sueño profundo, digno de un bebe. Algunas veces el ruido de la estática era la canción  de cuna más dulce que había escuchado.
Una noche, Alejandro dormía con la misma tranquilidad de siempre. De pronto su sueño se vio alterado por un ruido extraño. Un gemido seguido de un largo ruido parecido al arrastrar de unas cadenas. Alejandro se sentó en el sofá. La temperatura descendió, frio, dulce frio infernal. Alejandro podía ver su aliento disfrazado de nubes vaporosas de color blanco. La mente le ordeno a los oídos a escuchar mejor, fue así como Alejandro pudo escuchar que unas cadenas eran arrastradas por la casa. Seguidas de un largo gemido. Alejandro apago la televisión y se acurruco con la frazada, parecía que aquel escondite era un castillo contra fantasmas y demonios.
Silencio, un silencio previo al arribo de la muerte.
Una sombra arrastraba cadenas, se acercaban cada vez más al lugar donde Alejandro se escondía. Un conocido olor a putrefacción  seguido de unos pasos que murieron frente al sofá, dejaron paralizado del miedo a Alejandro.  
Alejandro asomó sus ojos por el borde de la frazada. Sus ojos miraron a un hombre joven, de unos veinte años. Pelo negro, piel blanca, alto. Los ojos de aquella sombra estaban cerrados, pero de ellos no dejaban de brotar lágrimas, las manos encadenadas estaban al lado del torso, pero estaban llenas de tierra. Sus labios eran negros y estaban manchados de sangre seca. En el pecho, el saco y la camisa estaban rotos a la altura del corazón. En ese lugar donde debía ir el corazón había una caverna, el lugar donde debía estar ese vital órgano. De ese agujero emanaba un olor a podrido digno de record. Las muñecas de aquel fantasma, por lo que dejaban ver las cadenas, tenían heridas de alguna especie de cuchillo. Parecía ser que aquel fantasma se había suicidado. Su cabello era largo. Tan largo como su dolor.
¿Quién anda ahí? Dijo el fantasma mientras sus manos se acercaban al sofá. Alejandro tembló de miedo. ¿Quién anda ahí? Dijo de nuevo el fantasma, mientras sus manos tocaron la frazada. ¡Yo! Dijo un desesperado Alejandro. Ah, ¿el pintor? Dijo el fantasma.
¿El pintor? Pensó Alejandro.
¡He dicho si eres el pintor! Dijo exaltado el fantasma. Sí, si soy yo. Dijo Alejandro. Un silencio invadió la sala mientras aquel fantasma se sentó al lado suyo y susurro a su oído un llanto lastimero, le dolió tanto a Alejandro que quiso morir.
¿Qué te ha pasado? pregunto Alejandro. El fantasma guardo silencio mientras Alejandro observaba que los ojos de aquella sombra estaban cerrados y no dejaban de llorar. ¿Por qué lloras? Pregunto de nuevo el pintor. Pintor, lloro porque estoy maldito, me he suicidado, por eso estoy encadenado.
Aquellas cadenas pesadas, eran de un gris casi negro. Los ojos que estaban cerrados no dejaban de llorar. ¿Por qué lloras? Pregunto Alejandro. Esa es parte de la maldición. Debo de llorar hasta el fin de los tiempos, pero al tener los ojos cerrados puedo observar a los otros. ¿Qué otros? Arremetió Alejandro al escuchar esa afirmación. A los otros, aquellos que también habitan esta casa, ya conociste a la mayoría, pero no has conocido a los señores reales, a los dueños; ellos no pueden verse entre sí, pues aun dudan si están muertos o vivos. Aunque algunos digan que están vivos. 
¿Los señores de la casa? ¿Quiénes son ellos? Preguntó un preocupado pintor a aquella entidad. Un silencio breve seguido de un gemido largo y angustioso se hizo escuchar.
Los señores de la casa, son dos, uno de ellos te trajo acá para que pintes las historias de la casa, pero debes prepararte Alejandro, ya que uno de ellos, el señor absoluto de esta casa no está muy contento con tu llegada. Se manifestara hasta que sea su tiempo. Mientras, debes seguir pintando, tengo entendido de que en las gradas, has observado últimamente cráneos, huesos y sangre, ¿o me equivoco?
Aquella pregunta dejo perplejo a Alejandro, esa era la razón primordial de por qué ya no subía al estudio. ¿Debo pintarlos?
La entidad afirmo con un movimiento de cabeza. Todo lo que veas en esta casa lo debes de pintar, todo, Alejandro, amigo, no tengas miedo. Solo has un favor. Ves aquella pared. Dijo señalando una pared de madera al final del pasillo. Debes derribarla, lo que encuentres ahí se lo debes dar a la sombra que conoces como Julio, luego, pinta lo que veas en esa habitación, al concluir las gradas y esa habitación, te contare mi historia para que la pintes en este lugar.
Alejandro tenía miedo. ¿Qué es el miedo? Cuestiono al fantasma que caminaba hacia la puerta de la calle. La entidad lo volteo a ver y le dijo. Esa pregunta se la debes hacer al señor de esta casa, yo no puedo responderte.
Desapareció justo al cruzar la puerta mientras un silencio inundo aquel lugar.

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