Encendió un
cigarro y sintió como la lluvia le besaba las manos. Aquella noche ya no sentía
nada, todo era tan lejano y el reloj era una línea de meta que nunca jamás
podía cruzar. Recursos perdidos o dejados en el olvido. Sueños titánicos para
un simple aprendiz de mortal, metáfora cruel de Ícaro, sin cielo y sin suelo.
El humo del
cigarro le raspaba la garganta, pocas veces se le había visto fumar. Las cuatro
anteriores a aquella noche habían sido por sueños de amor no correspondidos,
por descubrir las mentiras de años de un amor que le vendió exclusividad
mientras se arrastraba y revolcaba con un aprendiz de maestro de obra. Para
ella las leyes eran la excusa para atrasar un compromiso que nunca jamás se
haría realidad. Para él aquellos cuatro cigarros anteriores habían sido
escapes, tapar el sol con un dedo.
Muchas mañanas
había deseado que no amaneciera, esta noche debía ser eterna. Qué el sol no
aparezca en el horizonte. Salto cruel y sin vida, dejarse abrazar por la muerte
y el olvido. Dejar de luchar y dejar de soñar. Hay vida que depende de ti,
recordaba; corazones que estarán mejor sin la espina que ha causado un dolor
imposible de reparar. Las acciones no cuentan cuando las palabras dadas se han
vuelto paredes de galletas mojadas con chocolate sin amor.
Encendió un
cigarro más y la lluvia le besaba el alma, aquella sonrisa de la fotografía le
sonreía y le invitaba a no rendirse. Palabras que quizás nunca llegaran a
escuchar sus oídos. Derrotas declaradas y peleas ya perdidas. Acorralado y
vencido. A caminar. Qué la vida nos encuentre en marcha y que los dioses nos
arrebaten al averno mientras caminamos. La vida se nos apaga como el cigarro
que se consume entre sus dedos. Mientras caminaba pensaba, ya viene el
veinticinco de mayo, la noche larga y amarga, la noche triste. Ya se asoma un
aniversario más de la masacre. ¿Cuántos años tendría su hermano? A veces la
gente nos olvida como se olvida el humo del cigarro mientras se eleva al cielo.