viernes, 29 de julio de 2011

Soneto al olvido.


Tengo una rosa marchita, guardada en el armario,
olvidada y seca, fue alguna vez un símbolo de amor.
Es la primera parada en el dulce extravió
que conduce a un olvido abnegado y a su borrador.

Aquella rosa marchita es un dulce pendón,
de una guerra perdida, de un fracaso lleno de devoción,
fue parte de un bosque, para conseguir el perdón,
de una trigueña que nunca, jamás puso atención.

Algún día la rosa bebió sangre,
proveniente de la tierra, derramada con dolor,
en este lugar en donde se mata por hambre.

Una vez la rosa presumió sus coloridos pétalos,
fue la más hermosa, la más tierna de este jardín,
hoy, abatida por el tiempo, perdió su carmín.

martes, 26 de julio de 2011

CANCIÓN PARA UNA RESURRECCIÓN.


He decidido bañarme en la sangre de mi pueblo,
levantarme teñido de rojo, de dolor, de amor, de pasión.

No soporto más, ver el negro de la noche sin color,
no puede nunca más este pueblo morir indiferente.

Emergeré de la sangre de sus hijos, vestido de carmín,
con una máscara negra, como la noche, custodiada por estrellas.

Mis brazos serán las alas de un vuelo en papel,
mi pecho será el nido mortal de las balas.

Sin embargo, nadie podrá silenciar al cantor,
que llora en silencio, que espera respuesta al clamor.

He decidido teñirme con sangre de mártires,
siguiendo el camino de poetas silenciados.

Mantener la fe en el santuario de mi alma,
parado en la roca firme de mi Dios.

Mi voz escupirá tristezas, alegrías profesas.
Mis ojos llorarán tinta, tinta de olvido y perdón.

 Mi mano gritará el dolor de mi patria,
mi corazón decidirá amarte sin razón.

Vestido de rojo, volando y cantando como un cardenal,
cruzaré la noche, el día, hasta llegar a tus ojos.

He decidido nacer nuevamente, para vivir libre.
He decidido morir en silencio, para gritar con pasión.

Bañado en sangre, sediento de justicia,
gritaré al viento, historias, de amor, de olvido, de muerte y destrucción.

Mis ojos no dejarán de amarte
y mi mano no dejará de besarte…

miércoles, 13 de julio de 2011

TRIBUTO AL MAESTRO FACUNDO CABRAL


¡Y QUE CANTÉ!

Adolfo Cardenal.

Vivió en  ningún lugar,
su alma fue el canto
que su corazón exhalaba
cuando encontraba un hogar.

Su felicidad fue el amor
y su predica la libertad.
De Buenos Aires a Madrid
y de Guatemala a la inmortalidad.

La muerte lo abrazo al alba,
un balazo se burlo de su mirada.
Abortando una vida de cauce terrenal
dieron inicio a una leyenda de apellido Cabral.

Su adiós fue como el de  muchos valientes,
asesinados en mi patria, silenciados y olvidados.
Dios quiso que muriera como mis hermanos
para que este pueblo callado, tenga valor… ¡Y canté!

Para que no se quede hincado frente a la corrupción,
para que no tenga miedo y luche contra el narcotráfico,
para que no mueran en vano los hijos de nuestra ilusión
que han derramado su sangre, por cantar de la vida la canción.

¡Porqué el cobarde trafica drogas y se vuelve un dictador!
¡Porqué el gobernante se olvida del camino y se hace timador!
¡Porqué el ignorante coge una  pistola y muta en francotirador!
¡Porqué asesina al valiente que anta a la vida y al amor!

Pero el amor, de las cenizas volverá a surgir,
mientras las letras de la historia, escritas en sangre,
nos recordaran cada vez que nos olvidemos de vivir,
que esta patria de héroes y villanos, ha sido fruto de mártires.

El silencio muere al alba, dando paso al aplauso eterno.
El mundo se enternece con la noticia, empieza a llorar.
Es hora de nuestra actitud cambiar,
para que podamos refundar… nuestro Estado en Paz.

miércoles, 6 de julio de 2011

Romance de la gota y la milpa.


I
Suavemente se desliza, camina lentamente…
en silencio, transparente y clara, es tan pura…
si hay un mejor lugar que aquel, no es actualmente
accesible, no hay igual… ella es tan pura, tan pura…

Sus  sentidos explotan al rozarle el cutis, es tan bella…
mientras en el tiempo paraliza hasta el más cruel dolor,
siente, está viva, camina lentamente y sin prisa alguna,
disfrutando del sonido, enamorándose de ella…

De pronto emerge desde el horizonte el final de la canción,
en un suspiro ella regresa a la realidad… ¡Maldita crueldad!
Ella quiere por un instante llorar, pero llorar es solo una ilusión…

Abruptamente avanza, sin rencor a su amante, con obsesión…
obsesionada por la vida, por su piel, ve morir cualquier razón.
Deja de sentirla, mientras se arrastra suavemente al vacio… 

II
Ella es alta, delgada y con brillos dorados, está vestida de esperanza;
baila graciosamente con la sinfonía del viento y las tormentas.
Solloza con el rugido del león del cielo, se asusta en las noches…
es testigo silenciosa de amores guerrilleros, para ella no hay reproches.

Ella es clara, es tan pura y tan pequeña… siempre quiso vivir.
Su vida es cruel, es tan solo de instantes pequeños.
Su cuerpo es gracioso, redondo y con gritos desesperados de existir.
Ella cuando cae solo pregunta y  deja de lado sus sueños…

Las dos son amantes profanas, sin sexo y sin maldad,
no hay para la vida, ninguna regla de moralidad,
cuando existe el amor, al que se le llama, amor de verdad.

Pero como todo en este mundo, es el resultado de pasar,
suspirando por la vida, navegando por el olvidado mar,
aquellas dos amantes herejes se han de separar…

III
Ella creció en soledad, en tristeza y melancolía.
Sin paráclito alguno, sin guía, nunca conoció el camino,
nunca tuvo necesidad de caminar mientras vivía
en la soledad de la milpa y su destino…

Nació siendo virgen, sin saber que debía ser perforada,
morirá dejando descendencia bendita, fruto de amor,
de pasión, de locura, maldita locura desenfrenada.
Es sabia, única, bella, está loca y a la vez cuerda.

Baila con el son del viento durante horas, baila.
Ríe con las cosquillas de las hormigas, ríe.
Sueña, con la luz de las estrellas, sueña…

Platica diario con la muerte, cuando pasa caminando,
se burla de la vida que se nos va acabando,
¿Qué sabe una milpa del hombre y de su mundo?

IV
La gota morirá al nada más tocar el suelo,
nunca será un cubito del más fino hielo.
La milpa es sabia, entendedora de la vida,
es un racimo de virtudes bien escondidas.

Las dos, se aman, cuando la gota muere,
se funde con la tierra, bañada de sangre,
baila, grita, se vuelve una llama de pasión,
para confabular el nacimiento inminente.

Una muere para que dé fruto la vida,
la otra morirá al transcurrir los días,
serán las dueñas de un milagro, 

de su amor nacerá, de las montañas  la bendición,
surgirá de las hojas, un idilio de perfección,
la carne propia, de los hombres hechos de maíz.

V
Del amor nace la vida,
de la vida nace el consejo,
del consejo y la vida, nace la sabiduría,
la sabiduría con que mueren los abuelos del pueblo.

Los abuelos sabios del pueblo están hechos de maíz,
amasados por el corazón del cielo y su sabiduría,
dan consejos, con mazorcas en sus rostros,
viven como el viento de los días viendo el matiz.

Contemplan con sus ojos el tono del atardecer,
que se pinta de mazorca dorada, de mazorca soñada,
que los hace soñar y llegar una vez más a querer.

Todos los abuelos de mi pueblo, hijos de la milpa
y el romance de la gota, nacidos del maíz,
son pruebas del romance escondido… pero feliz.

Los primeros pasos.

La verdad, llegar a escribir nunca fue un atractivo para mí. Iluso, soñador, inocente de amores. Lector vago, de cosas sin sentido, que no dejan nada. De literatura, hablemos que fue a regañadientes. ¿Leer? Sí, pero con el tiempo me di cuenta de lo magico que llega a ser este vicio. Mis primeras letras fueron por amor, hijas de un corazón roto. Un poema de despecho y despedida. Un adios.

martes, 5 de julio de 2011

La ultima reconciliación.


El silencio es algo absurdo, pensaba, mientras veía en su silencio, la soledad del departamento. Es raro que él no esté ahí con ella, está sola, pensando en las cosas que pasaron, en la estúpida pelea que lo alejo de su lado. Si tan solo no fueras tan orgullosa, pensaba; si tan solo te hubieras tragado el enojo y decirle que sí, que él tenía la maldita razón. Parecía raro, era extraño pensaba, un hombre que tenía la razón en una relación, por primera vez en todo ese tiempo juntos, había estallado el volcán.
Una vez más la cólera se apodero de sus pensamientos, el enojo volvió a invadir su corazón. El demonio terco de la soledad se metió tan hondo esta vez, que empezó a llorar nuevamente, lo extrañaba, pero no lo buscaría, él tenía que buscarla a ella, pedirle perdón, decirle que la amaba y que no quería estar sin ella. Todo ese tiempo juntos y nunca habían peleado hasta esa tarde. Sus ojos escupían dolor, mientras en la ventana se observaban las gotas de lluvia, una tormenta se había desatado, el aire resoplaba y para colmo de males, la luz llevaba casi una hora de suspensión. Un alarido de rabia, de dolor e impotencia emergió de su garganta. “Te extraño” pensó, pero solo lo pensó y no le buscaría.
Desde que le conoció, se enamoró de él, vivía pensando en esos ojos castaños, que la derretían al solo posar su mirada en ella. En esos labios toscos y en ese ralo cabello negro, que simplemente era para ella la frontera entre la pasión y la locura. Todos los días pensaba en él, es más, hasta contaba los minutos para volver a verle. Sus brazos la enamoraban en cada abrazo, sus besos era un poema de amor. Él era detallista, cariñoso, hasta donde ella sabía era fiel, pero siempre le había amado. Se hicieron novios, una tarde perfecta, parecía verano en pleno invierno lluvioso de septiembre. La amaba y ella le amaba. Los dos eran almas gemelas. Él le juraba estar enamorado de su cabello, de su mirada, de su cintura, sus piernas, las cuales comparaba con cascadas interminables de belleza perfecta y amaba con  pasión sus muslos. Cuando hacían el amor, ella se abandonaba a él, el placer de estar con él era un delirio, una guerra perdida en contra del amor. No podían vivir sin el otro. Era amor del bueno.
Decía San Agustín, que el que no tiene celos, no está enamorado.  Los celos fueron la razón primordial de la pelea, las discusiones y el enojo posterior. Él la amaba, pero le incomodaban un poco las actitudes de algunos de sus amigos. Ella no les daba la mayor importancia, hasta esa fatídica tarde. Roberto, un amigo de ella, la arrincono y la beso a la fuerza, a la vez que él llegaba y observaba todo. El enojo se apodero de él, sin decir nada se alejo de ahí, al tiempo que ella se zafaba y miraba como el amor de su vida se alejaba de ella para siempre. Discutieron, se dijeron de todo, ese veneno rencoroso de semanas, meses y años salió, causo todo el daño que podía causar. Fue así que la pelea destruyo el amor. Eso pensaba ella, justo en el momento en que un rayo la sacaba de concentración. Un suspiro y más lagrimas hijas de esa soledad.
Ella comprendía que el enojo no era contra él, era contra ella misma. Por el hecho de estar enamorada de él, de tal forma y tal pasión que no se podía enojar con él, no quería perder el tiempo discutiendo con él, ese tiempo era mejor utilizarlo en caricias, besos, miradas cómplices y “te amo” al oído.  Hasta donde ella se había enterado, él estaba bien, saliendo con sus amigos y parecía que no le afectaba aquella separación. Se habían separado tan solo unos días atrás, pero ella los había sentido como cuatro o cinco siglos. Amaba dormir a su lado, besarle las mejillas y jugar con su pelo. Lo amaba.
El celular sonó de pronto. En la pantalla el numero y el nombre de él. En el ambiente hacia concierto una canción de Juan Luis Guerra que él le había dedicado a ella. Días sin aparecer y ahora la llamaba. ¿Se le habrá pasado el enojo?  De pronto su corazón empezó a palpitar rápidamente. Estaba enamorada ¿Qué jodidos estaba esperando para contestar? Se abalanzó sobre el teléfono, agitada contesto la llamada y se derritió al escuchar la voz de su amado al otro lado. 
-¿Mi amor?- susurro ella.
-Hola bebita ¿Cómo estas?- respondió él.
(Un suspiro de ella, una lágrima saliendo de sus ojos, era cierto, era su voz, era él, lo amaba, pero todo despacio, había que limar asperezas primero).
-Perdóname- dijo él de pronto.
Silencio, otra lágrima siguió a la primera. Otro suspiro (dile que lo amas).
-Perdóname por favor. Te necesito, me haces mucha falta.- dijo casi llorando él.
-Sí, amor, te perdono- dijo ella venciendo toneladas de orgullo y rabia. Vale la pena la felicidad para olvidarse del maldito orgullo. Vale la pena el amor para volver a perdonar.
Del otro lado de la línea, él lloraba  y le decía cosas bellas. Ella lo sentía cerca, demasiado cerca, qué sentía que le abrazaba.
-Te prometo que será nuestra última reconciliación-  dijo él, mientras ella aceptaba aquella promesa, pues en su corazón algo le decía que era verdad, que nunca jamás pelarían otra vez. Un tosco adiós, seguido de un tosco beso y colgó. Ella estallo en lágrimas, pero ahora de felicidad. Lo amaba y él volvería. Se quedó sentada observando la lluvia por la ventana. Nunca había estado tan feliz.
Miles de pensamientos pasaron por su mente, desde planes inmediatos, como por ejemplo, la forma en que lo iba a besar, hasta el planeamiento excesivo de un abrazo. La forma en que soltaría un suspiro coquetamente cuando él la abrazara. Los pensamientos de dolor cambiaron por pensamientos de amor. La tristeza fue vencida por la alegría.
El celular volvió a llamar su atención. Contesto y escucho  la voz de doña Ángela, la madre de él. Lloraba con todas sus fuerzas. Penélope escucho, contradijo lo que escuchaba y acabo por salir del lugar de prisa. La lluvia era mucho más fuerte.
Camino tres calles, cuando vio lo que doña Ángela le había relatado. Un poste estaba tirado, por los fuertes vientos de la tormenta. Había caído sobre un  auto color negro. Lo había partido por la mitad y había matado a su ocupante, los bomberos luchaban por sacar el cuerpo. Ella decidió  correr y al llegar estallo en llanto. Penélope observo el cuerpo inerte de Ulises dentro del auto. Muerto, aplastado por el poste. Mismo que no vio, por la fuerza de la tormenta. Aquella tarde. Se confirmo que el amor dura más allá de la muerte. Ulises llevaba alrededor de una hora muerto.

Mayo, 23.

  Encendió un cigarro y sintió como la lluvia le besaba las manos. Aquella noche ya no sentía nada, todo era tan lejano y el reloj era una l...