miércoles, 2 de enero de 2013

El Niño del Santísimo






Desde que era un pequeño, he esperado las navidades y el año nuevo con gran ilusión. A pesar de ser muy joven aun, recuerdo la ilusión que me dio esperar el cambio de gobierno, dejar a Portillo por Berger: a Colom por Pérez. Este año no ha sido la excepción. Sé muy bien que mi Guatemala en lo político dará mucho de qué hablar. En especial con la aun débil reforma magisterial, la minería y la intromisión del “Superman” chapín. Manuel Maldición.

El año pinta bueno para adelante… Y de tantos temas hablaremos a lo largo del año. Hoy, 2 de enero, escribiré para ustedes queridos lectores sobre una hermosa, bella y única tradición de mi ciudad, Quetzaltenango.


 

Resulta que después de las navidades, llega la semana del recalentado. Misma en la que comemos los paches que sobraron de Noche Buena, acompañados del Caliente de Frutas. La última semana del año, pinta con hermosos celajes, colores y misterios la ciudad. Sin embargo los últimos tres días del año y el primero del año nuevo, son reservados para una hermosa imagen de casi 60 centímetros (es un aproximado, ya que aun no he tenido el honor de verle de cerca). Un niño Dios. Único. Si nos vamos a la historia del arte guatemalteco, el niño en mención es una joya, una obra de arte sin igual.
Mis recuerdos del primero de enero son ya varios en mi memoria, la mayoría de ellos son de levantarme un poco asustado con los cohetes del medio día, las primeras doce horas. La pierna o pavo del almuerzo, luego esperar las seis de la tarde para empezar a buscar al niño. 

Siempre ha sido lo mismo con él, un  tierno juego, una divertida y tierna dinámica de buscar al niño. Siempre ha sido mi madre: “A las seis nos vamos al parque para ver la salida”. Y como todos los años, salimos cerca de las ocho a buscarle. Va por el barrio de La Transfiguración; no, va llegando a San Nicolás; no, dice que lo vieron llegando a la sagrada familia… y así se nos va la noche hasta que las luces y bombas lo ubican. Anoche no fue la excepción, a inmediaciones de los Funerales Reforma, apareció el pato y el chivo que anteceden las filas de cofrades e invitados. Luego llegan los venados, monos; que bailan al ritmo de su propia música, tum y chirimía.  Luego un elegante y hermoso estandarte con los colores de la bandera vaticana.  Es entonces cuando el corazón se estremece y aparece él, mi Niño del Santísimo.



No quiero hablar sobre la propiedad de la imagen, misma que es de la cofradía que lleva su nombre. Pero el niño despierta un sentimiento de identidad. Me atreveré a sentenciar que en Xela existen cuatro imágenes sin las cuales, la ciudad no sería Quetzaltenango. Vamos a ir por orden en que las mismas aparecen  a lo largo del año, por sus procesiones y distintas actividades. El Niño del Santísimo, rey absoluto del año nuevo, de los juguetes, volcancitos y cohetillos a lo largo de su caminar rumbo a la casa del cofrade que lo acogerá. Luego, el Divino Justo Juez de Catedral, mismo que será objeto de mis letras en próximos ensayos, rey del Viernes Santo por la mañana. El Dulce Señor Sepultado de San Nicolás. Rey del Viernes Santo por la tarde, cuya imagen ha inspirado poemas de mi pluma, mismos que saldrán por este medio a lo largo de la cuaresma. Por último, la reina absoluta de la ciudad de Quetzaltenango. La Virgen del Rosario, misma que en octubre se convierte en el centro de vida cultural y social de la ciudad.




Regresando al niño. Después de ese frenético juego al escondite, al verlo, mi corazón piensa en el misterio del niño que juega, el niño Dios que se hace hombre, que juega igual que nosotros. El niño que la madre consintió, educó, inspiró y acompañó hasta el final de la cruz. En su mano izquierda el Niño del Santísimo lleva una bola de oro, a  juzgar por los niños que lo ven pasar, sin embargo es un globo terráqueo dorado, el Rey del universo, sostiene al mundo. 




Mientras que con su mano derecha bendice a los que salen a verle. Luego un pequeño detalle, extraordinario, el mismo detalle que hablan todos… sus botitas. Unas botas de plata, que se posan tiernamente sobre su base hecha de plata. Sus botitas, que han arrancado suspiros desde mi bisabuela hasta mi corazón. La mirada del niño es la mirada de un padre, un ser superior que nos ve y en silencio, con su sonrisa sonrojada, nos dice: “Tranquilos, este año va a ir bien”.



El cortejo lo cierra el grupo de cofrades que acompañan su tesoro a la casa del cofrade que recibe al Niño. De pensar que hasta las fiestas de Corpus, el niño volverá a salir, un suspiro escapa del corazón. El Niño del Santísimo, es la primera imagen que bendice al pueblo con su procesión. Dato curioso, es la última, ya que el 30 de diciembre fue trasladado a la catedral.
Nos espera un año, extraordinario, pienso. Esperemos que el Niño nos bendiga y hay que trabajar. Darle con todo al mundo. Seguir adelante, sabiendo que Dios está siempre de nuestro lado. Cuando se este triste, hay que pensar en el Niño Dios, el Niño del Santísimo, al ver su mirada volveremos  a sonreír. Feliz año 2013. 





  
 

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