viernes, 11 de noviembre de 2016

La Parroquia.



Ya el clima de fin de año se llega a sentir en la ciudad de Quetzaltenango. Llega la cintura del mes de noviembre, lo que significa que llega la velación de la consagrada imagen del Señor Sepultado de San Nicolás. Creo que la historia de la ciudad de Quetzaltenango es imposible de entender sin la presencia de cuatro esculturas religiosas que guardan una importancia enorme en todo el proceso histórico y social de la misma. Hablando en orden de antigüedad mencionare en primer lugar a la Señora de la Catedral, la Virgen del Rosario. Consagrada en 1776, ya que el chispeado de plata que posee ella en su camerino y que si mal no recuerdo, es un obsequio de 1777, por cumplirse un año de tan dichoso acontecimiento. Luego tenemos al Niño del Santísimo, imagen que retrata de la manera más dulce la niñez del redentor. Llegamos al Justo Juez, conocido anteriormente como el Nazareno de la Catedral, hasta la llegada en 1910 del Canchito al Hospital. Lo interesante de estas tres primeras imágenes es que dos se veneran en Catedral durante todo el año, mientras que el niño llega solo para la festividad de Corpus y las fiestas de fin e inicio de año.
En la cuarta calle y quince avenida en la zona tres de la ciudad, como monumento que corona el parque a Benito Juárez se levanta la incompleta, pero hermosa parroquia de San Nicolás de Tolentino. Encargada a los salesianos alrededor del final de la década de los cuarenta, inicio de los cincuenta. La arquitectura de la iglesia es única en la ciudad y los detalles y acabados del interior son realmente hermosos. Es la única iglesia en Quetzaltenango que posee un órgano tubular. Los niños de las familias de abolengo de la Quetzaltenango de aquel entonces están retratados en como querubines en la bóveda que sirve de techo a tan impresionante construcción. Hoy en día se está recuperando el retablo del altar mayor. Pues en esta importante edificación religiosa, converge año a año la fe de un pueblo. La cuarta imagen que encierra el misticismo y fe católico de la ciudad, el eterno durmiente, el Sepultado de San Nicolás.
Guardando el debido respeto a las distintas hermandades de la ciudad, a las devociones diferentes unidas en torno al recuerdo de la pasión del salvador. Pero hay que aceptar y ver como la historia alrededor de la imagen del Sepultado marca la evolución de la ciudad. Filas interminables de cucuruchos que año con año llevan en sus hombros las tardes ya sea de abril o marzo, al Señor que duerme el sueño de la muerte.
La parroquia de San Nicolás de Tolentino, junto a la reconstrucción de la Catedral Metropolitana, quizás sean las últimas obras de trascendencia que marcaron la ciudad. Una ciudad que hizo un hermoso y único teatro municipal, un palacio  municipal extraordinario, pero que hoy, sueña con poder ordenar sus mercados y tener limpias las calles. Creo que la ciudad es el reflejo vivo de un país. Al mirar la historia pasamos de tener presidentes que abrían hospitales y escuelas en todo el país, a gobernantes que reparan escuelas y medio bachean las carreteras. Quetzaltenango perdió su sueño de grandeza. Incluso se puede ver como las hermandades católicas de pasión vuelven los ojos a la capital e imitan lo que ellos consideran que es bueno y dejan de lado la tradición, devoción y disciplina quetzalteca.
Al ver mi parroquia y escuchar de la boca de mi abuelo como hicieron para comprar las campanas, que de paso son únicas en la ciudad. Escuchar las historias de los socios viejos que hablan de como trajeron los pasos del viacrucis o las carriolas que llevan las imágenes de los mismos, generaciones anteriores que trabajaron y lucharon para destacar, llega la vergüenza de levantar la mirada y decirles, nosotros seguimos sacando la procesión. Seguimos siendo quetzaltecos, pero se nos ha olvidado que era un sueño. Una rebelión constante de querer mejorar día a día nuestras condiciones. Es cierto, los tiempos han cambiado y la ciudad es más que las calles de la zona 1, 2, 3; de las zonas urbanas, hay un complejo y vasto territorio rural ya organizado en cantones que también luchan por sus sueños. Pero a pesar de cómo pasa el tiempo,  el Señor sigue ahí.
Mi primer recuerdo de la parroquia viene de una visita al santísimo que hice con mi madre, Dios sabe qué día y que año. Pero me llamo la atención un santo que levantaba la mano, pregunte a mi madre y me dijo que era Don Bosco. Un par de años después entendí quién era ese hombre. Antes de salir ella paso saludando al Sepultado, recuerdo que me quedé impactado y me asusté de ver a un hombre ensangrentado, pero entre tanto dolor, había tanta paz y dulzura. Hace unos años a petición del hoy presidente de mi Hermandad, redacte un poema al que titule “El Retablo”, he ido estos dos días a ver al Señor en la gloria de su altar mayor. Pero sonrió que al recordar que hay cosas que nunca cambian, el retablo que lo guarda sigue estando ahí. Esta igual. El gesto de volver a colocar al Señor en el altar mayor de su parroquia se agradece. Solo basta mirar las filas de toda la ciudad  buscándolo la quinta semana de cuaresma. El Sepultado de San Nicolás, el Sepultado de Quetzaltenango.
Quizás convenga recordar la historia, no solo de la hermandad; hay que hacer un balance y ver en qué momento nos convertimos en pacientes agonizantes que esperan las migas del gobierno central. Los desastres, terremotos, la corrupción y la división de clases en esta ciudad no nos han detenido nunca. La hermandad va para cien años. La ciudad ni se diga, quizás sea la ciudad más antigua de Centro América, Cajas Ovando fija su fundación en 1524. Creo que el poder de la fe es inmenso. Es por eso que estás cuatro imágenes son importantes y fundamentales para una ciudad que las busca en lo bueno y las necesita siempre en lo malo. La fe, no nos pueden quitar eso, la fe en saber que vamos a salir adelante. Hay cosas que nunca van a cambiar, otras que necesitan mutar para sobrevivir. Xela aún guarda sus tradiciones y sus costumbres celosamente. Recuerdo mi primer viernes santo y suspiro al ver que lo único que ha cambiado es el recorrido y que aumentaron la plataforma procesional.
Es imposible entender nuestra historia, nacional y local; sin el papel dominante desde su fundación de la iglesia católica, desde la fundación de la republica del ejército. La parroquia es impresionante, cuando venga a Quetzaltenango visítela. Ahí lo espera el amor de mis amores. Mírelo y vea como entre tanto dolor, sufrimiento y muerte. Ese rostro despierta tanta ternura, paz y consuelo. Esa mano derecha que siempre muestra al pueblo abierta para todos, pareciera decir, jamás te soltare.  

viernes, 21 de octubre de 2016

Caballo de los sueños.



-Buenas noches- le dijo.

Ella lo miro de reojo y con recelo. La parada de buses estaba oscura y no había nadie alrededor.

-Buenas noches- dijo ella.

En la esquina de la calle había un poste y un foco arriba que medio iluminaba de tonada naranja la calle. Ella abrazaba un libro que tenía y él estaba parado detrás de ella. Por un momento ella sintió como la mirada de él la dibujaba, como la manoseaba y violaba con la mirada. El silencio de la noche le hizo ponerse más nerviosa cuando empezó a ponerle atención a la respiración del desconocido.

-Usted se parece a una novia que tuve hace unos años- le dijo esa voz masculina mientras la respiración se acercaba cada vez más.

Ella se quedó en silencio y no contesto. Abrazaba cada vez más el libro y sintió como el sudor frio de su cuerpo aparecía a medida que sentía que el hombre desconocido se acercaba poco a poco a su humanidad.

-La última vez que la vi estaba hermosa, con ese vestido negro y la soledad que la acompaña desde esa vez- El piso resonó el eco de los pasos que se acercaban a ella.

Ella no sabía qué hacer, el extraño se acercaba poco a poco a su cuerpo. Tenía miedo. Abrazaba el libro y rezaba al cielo para que nada pasará. El microbús no llegaba todavía y el miedo ya se había apoderado de ella.

-Sabes… lo último que le dije fue que la amaba y que cuidará mi libro- dijo la voz que empezó a ser conocida.

Ella había tenido ese libro desde hace años, le recitaba poesías a su novio siempre y le amaba por medio de aquellas letras. Pero su muerte le arrebato además de su amado, el sentido de la vida. Desde entonces todos los meses caminaba al cementerio y le leía todo el poemario. Lo hacía para mantener vivo el calor de los abrazos y los besos.

-Gracias por leerme poesía, buñuelito- dijo la voz.

Ella se quedó paralizada. No había escuchado esa voz en años. Se giró de inmediato y por una fracción de segundo lo vio, estaba ahí con ella. Con su traje gris que se llevó a la tumba. Él le sonrió y le guiñó un ojo. Desapareció con el viento leve que se levantó en aquella oscura calle.

-Te extraño- le dijo ella mientras el viento le daba un beso en la boca.

El foco del poste empezó a tintinar, encenderse y apagarse, ella se quedó viendo el cielo y en silencio abrió el libro. Sus ojos se llenaron de lágrimas y con la voz entrecortada empezó a recitar: -“Hay un país extenso en el cielo con las supersticiosas alfombras del arco-iris y con vegetaciones vesperales: hacia allí me dirijo, no sin cierta fatiga, pisando una tierra removida de sepulcros un tanto frescos, yo sueño entre esas plantas de lugumbre confusa…”- una lagrima cayó al piso y el silencio regreso a los muertos al cementerio y aquel amor a un sepulcro.
 
-Buenas noches- dijo ella, llorando en silencio.

lunes, 3 de octubre de 2016

CRONOPIA


(Balada para una cereza)
Para Ale G.

No se había comunicado en días y ese silencio le estaba asfixiando; se había desesperado y ahora miraba a cada minuto la pantalla del móvil, esperando un mensaje, una señal, un algo, ¡lo que fuera!

Esa mañana estaba vestida tan sólo con su cabello y su piel, se había imaginado muchas veces como eran sus besos, como eran sus ojos en vivo; la imagen que más había repetido sobre su cuerpo era la fuerza de un aguacero, de esos que caen en San Luis Potosí.

La había visto una mañana desde el otro lado del móvil, su figura fue lo de menos; su mirada se dirigió rápido a la fuerza que tenía ese conjunto monumental que eran sus ojos y su sonrisa. Era simplemente hermosa, era única y estaba a más de mil kilómetros de distancia, a otro mundo, detrás de una frontera. Ella era un sueño que vivía en su mismo mundo, aunque en otro universo.

Debía vestirse para ir a clases, luego a trabajar y regresar a la casa; ¡debía colocarse la careta de mujer fuerte, de amazona! Podía estudiar los asuntos y enfermedades de la mente, pero nunca podía entender los asuntos del corazón de todos los que la rodeaban. Monótono mundo en el que vivía, pero ahora él le había puesto un nuevo y extraño color.

Ambos se querían enamorar, pero ambos encontraban maneras de pasar el amor.
Pensaba y creía que él llegaría ese día, había algo que le decía que ese silencio de jazz y soledades gatunas, esos poemas sin alma; eran porque él había tomado un bus y se dirigía hacia ella en esos momentos. Aunque a veces creía que él se había aburrido y por ende ya no le escribiría, y no la buscaría. Era un hombre más y al no verla buscaría otra.

Pero así era aquello, cartas que iban y venían; damas de compañía y compañeros de tequilas. Ambos caminaban por rumbos distintos, se amaban, se despreciaban, ambos escuchaban el mismo concierto de jazz y se volvían a amar. Hacer el amor era escribirse y mirar las estrellas por las noches; el amor era una carta que llegaba y sonidos que viajaban por el espacio, ambos conocían su voz, pero no habían probado su carne. Ambos querían estar juntos, pero el mundo no los dejaba;  tenían más locuras que los separaban que ternuras que los unían.

Se pondría el vestido negro con las cerezas estampadas, así si él llegaba aquel día se reconocerían, se mirarían y se besarían. Ese vestido que estaba en sus fotos y que él utilizaba con cada poema que le escribía. Él la amaba en silencio; y solo los dos sabían que aquello que leían ahora sus ojos era la declaración, y la primera carta de amor de una larga historia que los caminaría a estar quizás juntos.

Ella se moría por verle, y él por abrazarla. Ella era tan “vodka de cherry” y él era un “güisqui on the rocks”. Juntos podrían ser un mezcal, una bebida de amor y de pasión. El timbre del cambio de clases sonó. Ella camino a la biblioteca, buscó un libro de Saramago: Todos los nombres; su mano tocó el libro, y al mismo tiempo fue sujetada por otra mano. Miro al dueño de la mano y reconoció las ojeras que había deseado ver tantas veces. Silencio, y dos bocas juntaron sus labios para bailar una balada que nunca dejaría de sonar.

Mayo, 23.

  Encendió un cigarro y sintió como la lluvia le besaba las manos. Aquella noche ya no sentía nada, todo era tan lejano y el reloj era una l...