jueves, 13 de octubre de 2011

CEMENTERIO DE PINTURAS. IV.


Los días seguían su oscuro caminar, diciembre llego al nada más acabar noviembre. Alejandro seguía sintiendo cosas muy extrañas en su casa, pero después de ver a las dos nenas, como les llamo, no había visto nada más.
La víspera de la fiesta de la concepción. Alejandro se encontraba pintando en su estudio. Cuando de pronto escucho unos ruidos que venían de la cocina. Extraño pensó, pero siguió pintando y no presto mayor atención.
El pincel se movía con agilidad. Los ruidos se hacían  cada vez más fuerte. Su mente ya no se podía concentrar. El reloj de la pared marcaba las nueve y media de la noche. Seguiré pintando un rato más y luego bajare a cenar, eso pensó, eso haría. Un silencio de muerte lleno el ambiente, seguido del frio que había sentido cuando vio a las nenas. Su rostro sintió la suave caricia de una  correntada de aire frio y sus oídos escucharon su nombre, Alejandro, con un sentimiento de tristeza y necesidad de ayuda, que lo asustó, dejó el pincel y fue entonces que se percato de que estaba sudando, Alejandro tenía miedo. Unas risas se escucharon en la cocina, las mismas risas que había escuchado aquella mañana cuando vio a la primera de las nenas.
Alguien estaba jugando en la cocina.
Armado con todo su valor, con todas sus fuerzas, el pintor bajó las escaleras y buscó su cocina. Los ruidos se escuchaban más fuertes. Alguien juega en la cocina pensaba, a la vez que afirmaba para sus adentros, no es nadie, solo tu imaginación y  nada más.
Sus ojos no dieron crédito a lo que observaban. La nena, la nena linda, la que si tenía rostro estaba de pie, le señalaba la pared, el mismo punto que le señalo la otra nena. A la par de la refrigeradora. La nena le hacía muecas con la boca, parecía estar molesta. De pronto aquella calma se transformo. Alejandro sintió como un hedor llenaba el ambiente. La nena bonita ni se molesto, la nena  bonita se quedo viendo a Alejandro a los ojos. El pintor se empezó a morir del miedo.
A sus espaldas una sombra se empezó a mover, se dirigía hacia la cocina. Alejandro se pegó a la estufa. Acto seguido, observó despavorido la puerta, la sombra tuvo forma, entonces reconoció lo que avanzaba hacia él.
Pinta, pinta, pinta, exclamaba un susurro del viento. Pinta, pinta, pinta, por primera vez pinta, gemía desde los adentros de la sombra que avanzaba. Fue entonces cuando Alejandro reconoció lo que flotaba hacia él. La nena que no tenía rostro. La nena que lo había espantado la primera vez.
No te asustes ella es mi hermana, dijo la nena que si tenía rostro. Alejandro quedo perplejo, se preguntó además, si después de la vida, en la vida siguiente era posible el hecho de tener parentescos con otros espíritus. La respuesta la sabría más adelante.
La nena que si tenía rostro avanzó hacia su hermana. Alejandro sintió asco. Al voltearse la nena, Alejandro sintió el olor a podrido que emanaba la otra, fue entonces cuando se dio cuenta. La nena que si tenía rostro, no tenia espalda, una era el reflejo de la otra. Aquella espalda era una burla a lo estéticamente bello. Totalmente quemada y podrida, parecía ser un nido de gusanos. Alejandro, ahora si sentía miedo.
La nena que si tenía rostro, se acerco con Alejandro y le tomo la mano. Alejandro sintió mucho, mucho frio. La nena le habló, pero no movió sus labios.
Era un año, lejano ya, nuestros padres decían que era 1756. Esta casa, aun no existía como tal, acá en donde estamos, era un cuarto, negro y quemado, acá se fabricaban las velas que se vendían en el pueblo. Esta era la fábrica de velas, “La Iluminada”.  Nuestro padre era el dueño de la fábrica, era un hombre muy respetado y querido por las gentes de esa época.  Todos le tenían en alta estima, pues era un hombre recto, que cumplía las leyes y era religioso, era un hombre noble y leal. Bueno, eso creíamos. Una noche, bajamos con mi hermana a este cuarto, mi madre estaba de viaje y mi padre nos mando a acostar temprano.
Alejandro escuchaba aterrado aquel relato mientras sus ojos no dejaban de ver el rostro desfigurado y quemado de la nena, aquella que había visto la primera vez. Aquella que no podía hablar, no tenía ojos, pero aun lloraba.
Mi padre engañaba a mi madre, con la sirvienta. Mi padre tenía doble moral. Era un rostro para la gente, pero tenía otro rostro para él. A Dios no le gusta la doble moral. Mi padre era como esas personas que conoces tú, acá en la calle pasaron una vez. Anuncian que trabajan por la gente y sus necesidades, que son solidarios y que son morales, pero solo viven amenazando a los que critican sus errores, viven malgastando el dinero de la gente que confía en ellos. La doble moral de sus ideales es un pecado aun más horrible, pero ya Dios dirá que les tocara en su hora. Cuando llegamos a este cuarto, estaban cociendo la cera para hacer las velas y veladoras. De pronto, mi hermana y yo escuchamos un extraño gemido. Caminamos con la curiosidad propia de nuestra edad, aquella que hemos perdido por el paso del tiempo sobre nosotros. Vimos a mi padre, con Karen, así se llamaba  una criada, la más hermosa de todas ellas. Tenía pelo negro y su piel era clara. Mi padre la besaba apasionadamente, pero cuando los dos se percataron de nuestra presencia. Nos empujó, nosotros empujamos una olla que contenía la cera, esta al estar hirviendo nos cayo, a mi hermana directo a su rostro y a mí en mi espalda. El dolor fue intenso, mi hermana murió al instante, yo morí unas horas después. Mi padre se volvió loco, quiso arrancar la cera del rostro de mi hermana y la termino desfigurando. Conmigo fue otra cosa. Nos enterraron, pero nosotros siempre hemos estado acá. Una sombra se apareció a papá en sueños y le dijo que era un castigo divino por su doble moral.
Alejandro la miro, el hecho de haber  mencionado a la sombra le llamo la atención. Una sombra en servicio de Dios. Extraño pensó.
Ahora Alejandro, debes pintar, pintar este lugar como era antes. Pintarnos a nosotras como nos has visto. Pinta, pinta, pinta, pinta, pinta, pinta y no te detengas que somos las primeras de muchas.
Alejandro sintió mucho miedo. Aunque a veces se preguntaba ¿Qué es el miedo? Nadie le había dado la respuesta adecuada. Las nenas desaparecieron ante sus ojos, dejando detrás de ellas un llanto que no terminaba, un montón de gusanos en el piso y un horrible aroma de podrido. Esa noche, Alejandro empezó a pintar en la cocina. Nunca más volvería a su estudio.

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