viernes, 14 de octubre de 2011

CEMENTERIO DE PINTURAS. V.


Se llamaba Soledad y estaba sola. Por extraño que parezca, aquella hermosa mujer de pelo negro, piel morena, ojos inmensos y tentadores, de perfil digno de una reina de Europa, estaba sola. Le hacía honor a su nombre.  
Dicen que una historia a veces debe tener un poco de amor. Soledad sentía amor por Alejandro, lo amaba con todas las fuerzas de su corazón, pero ella era la muestra más clara de lo que era tener a alguien  tan cerca, pero tan lejos a la vez. Alejandro salía con ella, pero no estaba con ella. Soledad se sentía sola.
Desde que se mudo a esa casa, Alejandro se había dedicado solo a pintar y la había dejado sola, digamos si se le puede decir así a no querer salir de la casa jamás, por el simple hecho de que tenía que pintar.
Soledad se preocupaba por él. Parecía estar obsesionado con la pintura. Su cocina la había pintado toda de negro. Pintó unas grandes ollas, parecía ser un horno. En la pared, justo al lado de la refrigeradora, pintó unas niñas. Las dos muy extrañas. Las pintó. Una de ellas era horrible, estaba quemada, parecía ser un cadáver. La otra nena, con el mismo vestido que la anterior, estaba normal. A excepción de la mirada penetrante y aterradora que tenia. Soledad se sentía sola.
Soledad se empezó a preocupar por Alejandro, sus cuadros habían cambiado. Su alma parecía no estar tranquila. Parecía tener miedo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sin tus ojos... la poesia pierde su sentido.

Mayo, 23.

  Encendió un cigarro y sintió como la lluvia le besaba las manos. Aquella noche ya no sentía nada, todo era tan lejano y el reloj era una l...