miércoles, 12 de octubre de 2011

CEMENTERIO DE PINTURAS. III.


Los días pasaban y la cocina se volvió un lugar incomodo para Alejandro en aquella casa. Por las noches, cuando estaba encerrado en su estudio, Alejandro escuchaba la risa de la nena sin rostro que jugaba en la cocina. Parecía llamarle para que pintara.
El frio pasó a ser un actor normal en la vida de Alejandro. Además, podía sentir la presencia de alguien más en la casa, cuando en realidad estaba solo. Alejandro se empezó a sentir incomodo en ese lugar.
Los clientes iban y venían, el pintaba día y noche los encargos. Así que a veces no estaba tan solo en la casa. Es más, los viernes lo visitaban sus amigos y se dedicaban a jugar naipes y a ponerse al día en sus conquistas amorosas.
Noviembre aun reinaba en el calendario, eran ya sus días finales. El almuerzo de aquel día sería la primera respuesta para un millón de preguntas.
Alejandro cocinaba su plato favorito, un asado de lomito con puré de papa y ensalada rusa. Estaba asando el lomito en su estufa, cuando de pronto sintió el frio maldito, el mismo frio que había sentido unas semanas atrás. Empezó a sentir mucho miedo.
Su corazón palpitaba con mucha fuerza, de pronto, sintió que alguien más estaba en su cocina. Dirigió sus ojos hacia la puerta de la cocina. Una leve corriente de viento frio y misterioso le acaricio la cara. Pero no vio a nadie, no vio nada.
Sus ojos escudriñaron toda la cocina, pero no miro nada. Regreso su atención al lomito, es extraño pensó, siguió cocinando. De pronto un jalón  desde la parte baja de su pantalón le llamo la atención. Sus ojos bajaron con temor, con miedo dirigió su mirada hacia ese lugar. Una niña, de ojos bellos y de presencia cálida estaba llamando su atención. Era igual a la niña que no tenía rostro, la diferencia era esa, ella si tenía rostro.
La nena le saludo con la mano, Alejandro sintió mucho miedo, de pronto abrió sus labios, señalo el mismo lugar que la otra nena. Pinta, dijo, pinta ahí, por favor. Alejandro se preguntó que debía pintar en aquel lugar. Al regresar sus ojos a la nena, la nena había desaparecido.
Extraño, muy extraño, pensó.

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