lunes, 12 de noviembre de 2018

Flor de ruinas.


Para A. Contreras.



¡Qué sería la vida sin rosas! Una senda sin ritmo ni sangre,
un abismo sin noche ni día.
Ellas prestan al alma sus alas,
que sin ellas el alma moría,
sin estrellas, sin fe, sin las claras
ilusiones que el alma quería.
Federico García Lorca.


Al fondo, al sur, recto, en línea recta y vigilado por el arcángel, se erguía imponente el volcán. Verde y celeste, una mezcla de tornasol, de colores y de formas, dormido anoche, dormido hoy en la mañana, pero siempre temido.

Su hermano escupía otra nube aquella mañana, aquella tarde, aquella noche. No importa el tiempo en el lienzo de la pintora, misma que en medio de sus sueños encontró una razón para seguir haciendo eterna a la ciudad colonial, la ciudad de los volcanes, la ciudad de la eterna fuerza incontenible para salir adelante.
Fotografías pág. Facebook: Festival de las flores de Antigua.  



Ella sostenía el pincel y sin saberlo, pintaba en el lienzo de la historia, flores, rosas, girasoles, adornos, magia. Pintaba amores y desengaños, pintaba el recuerdo de la grandeza de los ancestros que entre temblores y tormentas dejaron un sueño abandonado.

Aun en medio de tanta belleza, de tanta mezcla y atardeceres de cobre y oro; a ella se le ocurrió la idea de adornar una ciudad que necesitaba de su mirada para poder ser una ciudad viva de nuevo.  Ojos celestiales concedidos a una princesa que llevaba el ecuador en su alma, era el centro del mundo y era el centro de muchos universos enamorados que bailaban a su alrededor.

La primera vez que la vi, no entendí la magnitud de sus flores. Luego otra tarde la vi caminar por una calle, miraba al cielo y se paraba en las esquinas, dibujaba sueños en su mente, se miraba feliz, estoy seguro de eso, pues sonreía y su sonrisa la elevaba al cielo. Era un sueño. La última vez que la vi, me habló de nervios y de alegrías, de cansancio y de esperanza.

Aquella golondrina antigüeña, sin saberlo no solo llenaba de flores una ciudad colonial, no solo le daba vida a una ciudad tan mágica como la otrora Santiago. Llenaba de flores el corazón de mucha gente a la que nunca conocería. Después de la poesía, las flores en todas sus clases y formas, son formas nobles y elevadas de alegrar y enamorar un alma.

Puedo estar seguro de que los volcanes le sonreían y en silencio le amaban, pues en aquella ciudad de incontables bellezas, ella era la flor de las ruinas.

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