martes, 23 de octubre de 2018

La Corona


La calle principal de San Arnulfo era ancha, adoquinada, con una vista especial de 
la iglesia católica desde el inicio del pueblo. No importaba el lugar donde se podría ubicar dentro del pueblo, el susurro del río se escuchaba siempre. Era la respiración de aquel lugar.

Al llegar a la pequeña plaza central, se ubicaba un falso pimiento en el centro, dándole sombra a una fuente de leones que vomitaban agua. La iglesia de sobria fachada barroca, era dedicada a San Arnulfo, el patrono de las cervezas. Desde el campanario se podía ver todo el pueblo, por eso fue que en la masacre de San Adelmo, aquel 25 de mayo de 1980, los tiradores del ejército tomaron la iglesia y no la quemaron.

Desde el campanario se observa la “Alameda de los dolores”, calle que conduce al sur del pueblo, con álamos sembrados durante la época de Ubico a los lados de las calles y que aún hoy se conservan. La alameda finaliza en el cementerio del pueblo. Tres cuadras antes del cementerio se encuentra la casa de doña Raquel, eterna florista del pueblo.

Doña Raquel es la principal invitada en los velorios, pues los deudos llegan a ella para pedirle la fabricación de las coronas de flores que se colocan sobre las cajas. Motivo por el cual, ella no llega a los velorios, pero si a las misas de cuerpo presente.

Este año es diferente para ella, su esposo, Jacinto Pérez ha fallecido en abril. Es por eso que la celebración de los fieles difuntos de este año, es acompañada con el silencio del luto, pues ha decidido guardarle duelo a su esposo hasta su muerte.

La corona de flores que le hizo a Jacinto fue especial, era redonda al igual que todas. Llevaba claveles rojos, pues fue la primera flor que le dio su esposo cuando la estaba enamorando. Ella recordaba ese día muy bien, antes de que empezará a llover las estrellas del cielo. Antes de los cachinflines asesinos de las navidades.

La otra flor que le colocó fue lirios. La decoró con lirios pues le recordaba al aroma que andaba su marido después de bañarse, excepto las tres veces que se cayó en el zanjón de la trinitaria, pues por mucho que se lavaba, seguía apestando.

La tercera flor que decoró aquella corona en aquella tarde abril, eran quince girasoles. En memoria de todos los quince de mes, fecha en que se habían vuelto novios y se habían casado. Quería colocarle girasoles, pues al dejarlos en la tumba, junto a su esposo, dejaba la alegría de los días junto a él.

Dicen las gentes del pueblo que aquella corona fue unida con las lágrimas de doña Raquel, quien no dejaba de llorar y tejía con sus lágrimas, los lazos que unían las flores en aquella corona. Con la punta de sus dedos tomaba las lágrimas y las convertía en hilo de dolor y olvido.


Cuando se despidió de su esposo al pie de la tumba, al atardecer de abril, llorando, se colocó junto a la caja y en un susurro dijo: -Siempre fuiste el viento que hizo volar este barrilete que tengo por corazón- Después de aquellas palabras, un beso y un adiós.
Doña Raquel sigue elaborando las coronas para los muertos del pueblo, en los próximos días tendrá mucho trabajo. Será la primera vez que ese barrilete canoso ya no vuele en los cielos de San Arnulfo.

1 comentario:

  1. Qué hermosa historia. Me encantó la oración: "Siempre fuiste el viento que hizo volar este barrilete que tengo de corazón". Felicitaciones amigo.👏👏👏👏👏

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