domingo, 3 de junio de 2012

LA LAGUNA DE XELAJU


Escribiré ahora, lamentablemente de la penosa situación en la que se encuentra la ciudad de Quetzaltenango.  Ubicada al occidente de Guatemala, es la segunda ciudad del país, pero gracias a la incompetencia, ineptitud y sobre todo, corrupción de las autoridades municipales, los quetzaltecos vivimos una situación muy lamentable, un verdadero estado de emergencia, ya que con cada lluvia, la ciudad colapsa en su sistema de drenajes y allá vamos, con inundaciones, correntadas. ¿A dónde van los arbitrios que se pagan? ¿Por qué pagamos boleto de ornato si la misma municipalidad destruye los pocos árboles que quedan? Ya lo hice en enero, tomarme el abuso de compartir con ustedes el editorial de Prensa Libre del pasado sábado 2 de junio.  Prensa Libre se ha caracterizado a lo largo de su vida, como un periódico libre, que ha denunciado las atrocidades de los gobiernos, que ha reconocido los logros de los guatemaltecos y que con este editorial, quizás busca recordarle al pueblo quetzalteco, algo que ya hemos olvidado… LA LUCHA A MUERTE POR LA TIERRA QUE NOS VIO NACER. Enarbolamos la bandera del Estado de Los Altos, pero ahora que el estado nos necesita, preferimos seguir viendo como la ciudad se encamina a un cataclismico y apocalíptico tiempo de invierno lluvioso. Sin más, les dejó el editorial y me permito anunciarles que esta semana publicare un ensayo sobre Jacobo Arbenz Guzmán.

Incompetencia, el drama real de Xela

Apenas la primera embestida del invierno ha desnudado, con inundaciones, uno de los dramas de la imprevisión urbanística que aflige a la Ciudad de Quetzaltenango y que constituye una evidencia inequívoca de la ausencia de idoneidad en el cuerpo edilicio a cargo de su administración.

Las redes sociales, que se han convertido en el mundo libre en otro medio del desfogue de las emociones colectivas, han pasado a ser, también, entre los quetzaltecos, vías de reclamo y censura contra el alcalde Jorge Rolando Barrientos Pellecer, porque en ocho años al frente de la segunda ciudad del país ha carecido de visión, capacidad y voluntad para articular las estrategias mínimas que permitan enfrentar sus principales carencias y desafíos.
La desventura quetzalteca motiva, dentro y fuera de aquella localidad, la pregunta respecto de la razón para haber premiado con un tercer período como alcalde a alguien cuyas modestas capacidades como administrador han quedado evidenciadas a lo largo de su penoso desempeño. La mala elección de autoridades no es, ciertamente, un error privativo de los quetzaltecos, porque campean por doquier los alcaldes incompetentes y corruptos que por el voto amañado siguen aferrados al cargo.
No obstante, este desacierto electoral llama la atención porque se embaucó a un pueblo con una larga tradición cívica y democrática, y que es la cuna de connotados ciudadanos, algunos de quienes ofrendaron su vida por la defensa de sus ideales y de su tierra. Esos antecedentes hacen suponer que debe existir en Quetzaltenango discernimiento, escrúpulo, recato y responsabilidad en el ejercicio del sufragio, a fin de contar con autoridades cuyo porte y dignidad honren aquel prestigio histórico.
La actuación de Barrientos en esta crisis desluce y mancha la figura de alguien que en el fragor del triunfo electoral pregonaba ufano que tras su tercera victoria como alcalde comenzaba a caminar rumbo a la Presidencia de la República. Exageró, entonces, el peso del voto rural obtenido de forma astuta, porque fue fruto del oportunismo propio de los programas sociales clientelares de la Unidad Nacional de la Esperanza y la señora Sandra Torres. La realidad le pasa ahora la factura por esta bufonada, y le demuestra que si no es capaz de administrar una ciudad pequeña, mucho menos podrá lidiar con la compleja realidad de la Nación.
En otro país medianamente civilizado, este fiasco y las censuras públicas por el mal desempeño habrían sido suficiente motivo para que un funcionario repudiado se apartara del cargo. Mas esa práctica no forma parte de la raquítica ética política de Guatemala, y por eso los quetzaltecos tendrán que esperar pacientemente a que transcurra todo el período para que alguien distinto se siente en la poltrona edilicia, salvo que, en un postrer gesto de dignidad, Barrientos opte por el retiro.
Este drama de incompetencia demuestra la necesidad de que se limite la temporalidad de los cargos de elección, y asimismo de que se ejerza el sufragio con responsabilidad, para evitar fraudes de compromiso y aptitud como el que hoy hunde en el abandono, la vergüenza y la incertidumbre a los quetzaltecos.

EDITORIAL PRENSA LIBRE, 2 DE JUNIO DE 2012. 

Lo más triste, es que existió un tiempo en donde se moría por esta ciudad... 

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