lunes, 26 de marzo de 2012

EL SUEÑO DE LA AZUCENA




"La peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener."
Gabriel García Márquez.

La conocí una tarde de abril,
             su mirada fue competencia
                        a muerte con aquel atardecer
                                   de celajes incoloros, mutilados
                                               por el brillo de aquellas perlas
                                                           que llamamos ojos.
                                               De aquella tarde nacieron
                                               las higueras y los cardos
                                   que reinan día a día en mi corazón.
                        Pero es en las noches
            en donde la locura busca convertirse
 con canciones, con sueños
            e ilusiones en leyenda de amor.
            El eco del viento
                        en la montaña fue silenciado
                                   por el canto agudo de su voz.
                                               Era ella muy de ella y el mundo
                                                           nunca le perteneció.
                                               Silencioso caminaba
                        detrás de sus pasos,
            contemplando el baile de cintura,
cual milpa agitada
por el suspiro del viento.
Llegue a esperarla en la esquina,
 a espiar
por verla pasar,
pero rara vez la miraba y acto seguido,
cobardía del amor,
razón de la vida,
ignoraba su cañaveral baile al caminar.
Unas rosas amarillas
fueron el arma de una guerra fugaz,
saludé su mirada y ella me contestó,
 comprendí entonces
lo que era la felicidad,
extendí las rosas y en mis manos
un tonto corazón,
            ella y su respuesta
“no gracias, no quiero comprar hoy”.
Va de nuevo la tortuga, dentro del caparazón,
al barranco los deseos, de amor y concepción.
La guerra estalló cuando
 un tipo sin valores, la besaba
detrás del poste con exquisita lujuria,
deshonesta canción.

Mi sangre cual lava de un volcán,
 terremoto de dolor, quemó
cada parte de mi cuerpo, de mi alma,
sin piedad. Mientras él
cortaba, de la caña la flor,
 la azucena marchitaba su inocencia.
Ahí murió la ingenuidad de creer en el amor.
Entonces comprendí
que el destino jugaba y disfrutaba
con la angustia del amante guerrillero,
 silenciado y desaparecido,
que sufría la guerra y la muerte,
 por su amor escondido.
El futuro me la mostró vestida de blanco,
con un ramo de azucenas
y más cardos a mi olvido.
 Ella nunca se entero de este sentimiento,
no tuvo la culpa, pues nunca
me envalentone para luchar
por ese sueño.

Desde aquella tarde,
 que era presente y se volvió pasado,
 comprendí
que habría que esperar
para poder verla al fin a mi lado,
aunque no haya trono, ni coronas,
solo amor desventurado. 
Hoy debo encaminar mis
pasos hacia la condena de este amor,
hasta el lugar en donde me espera cada tarde… al fin,
 quizás me espera.

Debo arrastrar mis rodillas,
 mi artritis, junto al paso del bastón,
con las rosas que negó y en la mano…
                                   la soledad de  mi corazón.
Llegare hasta ella,
sin poder escucharle,
sin poder mirarle
y en el silencio de la tarde,
bajo la complicidad de las nubes,
le daré nuestro primer beso,
 que recibirá su lapida,
puerta del olvido,
 muerte que la ha llevado.
Mi amor nunca fue mío,
 nunca pudo nacer
en los besos de pasión y de fe,
 de cordura y mentira.
Nunca fue una rosa…
                         siempre fue un cardo que soñó ser azucena. 

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