domingo, 2 de diciembre de 2018

Esperanza


El pasillo se encontraba en penumbras, solitario y silencioso. En un extremo una ventana que daba paso a observar el atardecer, al otro lado, en el fondo, una puerta metálica gris, en el lado derecho de aquel pasillo, se podían observar puertas de color blanco, de esas prefabricadas, tenían un numero en el centro. Enfrente de aquellas puertas una fila de butacas de plástico negro. El olor a medicinas invadía aquel pasillo, pues era el pasillo silencioso de un quinto piso en un hospital.
El silencio era roto por un pitido corto y seco, frio y triste, con un intervalo de tiempo que marcaba el ritmo final de un corazón. Una de las puertas se abrió, era la numerada con el ocho. De aquella habitación salió una mujer, de unos cincuenta y tantos años, pelo pintado y liso, despeinado por la pena, con ojos perdidos y con una tristeza que le embargaba su enamorado corazón. Dentro del cuarto, su esposo transitaba el último tramo de la vida en un suspiro.
Se sentó en una de las butacas, respiro hondo y rompió en llanto. Se le moría media vida en aquella cama. Cada sonidito de aquella máquina, era el recordatorio del tiempo que se iba, era una campanada en la futura soledad de su vida. Sus lágrimas caían al suelo de aquel pasillo, acostumbrado ya a recibir lágrimas y cambiarlas por la indiferencia del piso ajedrezado. El silencio la conquistó en medio del llanto.
La puerta metálica del fondo se abrió y se cerró con un golpe seco. Ella se sujetaba el rostro con las manos y sus brazos se apoyaban en las rodillas. Sintió un aroma a avena de vainilla que invadió el lugar. Escucho unos pasos acompañados por unos cascabeles y se percató que la persona se sentó a la par suya. Escucho su respiración y pudo sentir su mirada.
Una voz masculina de tono dulce y profundo, rompió aquel silencio acortado a instantes por los sollozos.
-Tranquila, todo estará bien-
Ella sintió como una mano le tocaba la espalda, entonces levantó el rostro para ver a la persona. Sus ojos encontraron una sorpresa. Era un gato enorme, gigante, era un gato del tamaño de una persona, sus ojos gatunos la miraban con ternura. Ella no sintió miedo y tampoco podía creer lo que miraba.
-Gracias- respondió ella con un suspiro cortando sus palabras.
Era un gato gigante, sentado a la par de ella, vestía un gran abrigo de color rojo, con cascabeles en los codos, botones dorados. Un suéter dorado con bordados de plata, un pantalón color corinto que se perdía en unas botas negras de pana.  El gato tenia pelaje naranja y blanco. Sus patas delanteras tenían unos guantes de color café. Era una visión increíble.
-No debes llorar, él te necesita fuerte para irse- comento el gato mirándole los ojos llorosos.
- ¿Cómo puede ser eso posible? Media vida se me va como agua entre las manos – respondió ella.
-Es parte de amar, hay que saber desprenderse y tener la esperanza de volverse a encontrar- dijo el gato mientras se acomodaba mejor en la butaca.
-Usted no entiende, mi esposo se me muere en esa cama- reclamó ella.
-Entiendo, claro que te entiendo, pero él ya cumplió la parte más importante de su misión, amarte con todas sus fuerzas hasta su último momento, pero en ese último momento, cuando venga ella por él, tú debes estar a su lado, ser fuerte, ya que siempre le ha gustado tu fortaleza, tu eres su fuerza y él ahora tiene miedo. Lo volverás a ver algún día- replicó el felino gigante mientras sus ojos se tornaban más tiernos.
-Yo también tengo miedo, ya no sería vida si no está él- sollozó ella.
El gato suspiró. Miró al cielo del pasillo y luego con una sonrisa le respondió: -Es vida, siempre será vida, él estará guiándote en cada momento con su recuerdo y tú le mantendrás vivo con tu memoria, los besos serán ahora caricias del viento y los abrazos vendrán con la lluvia-
Ella rompió en llanto, de nuevo se agarró el rostro con las manos y sintió como el alma se destrozaba en mil pedazos. Aquel amor, era un amor del alma, amor que se moría en una cama de un quinto piso, en un hospital.
El gato la miraba con amor, ella no entendía nada. Ni de la vida ni de la muerte, no entendía el suceso de hablar con un gato gigante.
- ¿Puedo darle un abrazo? - solicitó el minino.
Ella aceptó y pudo sentir el abrazo del gigantesco animal envolviéndola. Pudo sentir el aroma de avena de vainilla más fuerte y percibió el ronroneo que le confortó el corazón destrozado.
-Prométeme qué serás fuerte y, ante todo, nunca perderás la esperanza de verle de nuevo- solicitó el minino mientras la abrazaba.
-Lo prometo- le dijo ella sollozando. No podía parar de llorar.
El gato la soltó, se puso de pie y caminó de nuevo alejándose de ella con rumbo a la puerta metálica gris de donde había salido.
- ¿Cómo te llamas? - inquirió ella.
El gato se volteó, la miró por última vez y respondió: -Hope-
-Curioso, yo tuve un gatito como tú, al que le llamé así- respondía ella mientras se paraba.
- Lo sé – murmuro el gato alejándose por el pasillo y perdiéndose detrás de aquella puerta de metal.
El silencio invadió de nuevo el pasillo y el aroma de avena de vainilla se perdió. Ella suspiró. El aroma a medicina de nuevo emergió y el sonido contador de la vida le regresó a su realidad. Se limpió los ojos, respiró hondo y fue fuerte al entrar a ese cuarto, se volvió fuerte para amarlo eternamente, tal como a él le gustaba.

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