Entró al baño y encendió la ducha, se quitó la ropa
como pudo; el dolor del brazo izquierdo era muy fuerte y tenía dormida la mitad
de la cara, la sentía caliente. Se puso de pie y observó su silueta en el
espejo. Era hermosa, delicada, cintura de avispa y anchas caderas. Su cabello
largo le cubría la mitad del rostro, tan bella y llena de moretones.
“Dime cuando tú,
dime cuando tú, dime cuando tu ¿Vas a volver?”
El sartén estaba ya con el aceite dispuesto y la
cebolla se estaba dorando. Sus manos picaban amorosamente el tomate mientras
sus ojos observaban con visión periférica el sartén y el frijol que freía en
otra hornilla. Era una noche especial y estaba cocinando los últimos detalles
de ese sexto aniversario. Su vestido especial para aquella noche, morado con
flores plateadas estampadas. Combinaba perfecto con su mirada bohemia y su
sonrisa triste. Aquel atuendo permitía contemplar la belleza de sus piernas y
remarcaba esa linda figura de muñeca de porcelana. Sus padres le habían
bautizado con un nombre. Dios la llamó mujer.
“Mira mi
soledad, mira mi soledad, que estoy sufriendo yo sin ti, oh mi amor”
La ducha estaba esperándola y encontró en el agua
caliente el abrazo que buscaba en los brazos de su hombre. “Interesante
concepto de propiedad, de sentirse de alguien y no sentirse dueño de nada”
pensó. Cambió el agua caliente por fría y se sentó a llorar. Estaba sola,
abandonada y no lo podía dejar. Ese sería el fin.
“Ya no quiero nada contigo, ya no te soporto, no
puedo casarme con alguien que mienta como lo haces tú. No puedo seguir con una
perra que me mienta, que me dice que me ama cuando al nada más salir a trabajar
se acuesta con el vecino, el del agua pura, con el que sea. Mientes para
conseguir todo, pasas por encima de las personas y te vale. Ya no te soporto”.
Esas fueron las palabras que escucho cuando le dio la bienvenida. Como siempre
después del silencio frio, remarco que le amaba, ella estaba loca por él. Él
como siempre paso a defenderse, a juzgar y a decirle esas palabras de corte.
Encerrada en la soledad del baño, llorando y con el corazón a flor de piel,
comprendía, no solo le destruía el cuerpo, le estaba matando el alma.
“Querida, no me
ha sanado bien la herida, te extraño y lloro todavía”.
Volteó los frijoles en el sartén, en la radio
tocaban una de Juan Gabriel que ella repetía de memoria. De inmediato reventó
los huevos en otro sartén, cocinaba con tanta devoción y amor. Ella lo amaba y
creía que él la amaba. Pero ninguno de los dos fue valiente de mandarse a la
mierda a tiempo, de dejarse de lastimar y siguieron en un ciclo en donde el
amor desapareció cuando él seguía frecuentando a su ex pareja, la puta que lo
engaño con otro, cuando ella le pedía que dejara de hacerlo y que juntos
lucharan por la vida. El amor se perdió cuando él la empezó a esconder en la
casa y a humillarla. Aun así ella estaba loca por él y por eso le cocinaba
aquella cena. A otras él les daba amor, mientras ella mendigaba cariño.
Aquella noche preparo su mejor vestido, era coqueto
y sensual. Se maquilló de forma tan extraordinaria que solo se delineó los ojos
pues no necesitaba más que eso y un labial morado para combinar con el vestido.
Verse en el espejo tan hermosa y no sonreír le causo el mismo dolor que le
causaba aquella agonía de decirle que le amaba y él contestar con silencio, a
veces con “gracias” y otras más con un seco “ok”. Tres meses así y desde el primer día había
dejado de llamarse vida.
Colocó la cafetera y empezó a derretir el queso en
las tortillas sobre el comal. Hoy será una noche especial, nos volveremos a
encontrar, a amar. Hoy hay pasión, hoy recuperaremos el amor… pensó.
“Querida, mira
mi soledad, mira mi soledad, que no me sienta nada bien”
La conoció una mañana de un mes que empieza con J.
Le llamó la atención sin embargo no fue un mágico flechazo a primera vista. Con
irse conociendo y pasando tiempo con él se enamoró. La conquista qué él hizo
fue el acto más dulce que jamás alguien hubiese realizado por ella. De poemas
mal escritos, cartas mal redactadas y con pésima acentuación. Pasaron a los
besos chiquitos y a las manos curiosas. Fue en un restaurante de comida rápida
donde él le dijo su verdad y desde aquel día ella la tomó como suya. Ambos se
amaban. Ella lo tomo en serio e hizo un dogma de amor, devoción, lealtad y
fidelidad que se fue quebrando mientras él seguía comunicándose con su ex y el
pasado seguía causando peleas, mientras los años avanzaban y él no prestaba
atención a lo que realizaba.
Digamos que el noviazgo fue normal, fue bonito, fue
coqueto. Salidas juntos al cine, bailes, salidas nocturnas. Ambos eran uno.
Ella se sentía feliz y él era su universo. Luego llego aquella noche de
febrero, tradición hermosa de quitarse la ropa juntos y así bailar bajo la
luna, debajo de las sabanas. Participaron del milagro del amor que nace de los
muslos de ellas y de las pelotas del hombre. Ella se sintió morir y se sentía
viva al mismo tiempo. Ella fue feliz. Todo estaba bien. Hasta que paso un mes y
después otro… otro y otro, pero no había sangre. Entonces comprendió que en su
vientre había vida, la reacción de él fue tan masculina. Respuestas cobardes,
amenazas y luego aborto.
“Querida hazlo
por quien más quieras tú, en esta soledad, en esta soledad…”
Observó su
reflejo, sus formas, sus pechos eran perfectos, parecían volcanes que rompían
el valle de su vientre, a pesar de los pesares, del aborto y los golpes, era
hermosa. Sus muslos duros, montes dormidos donde nacían las cascadas puras y
cinceladas de sus piernas. Era bella. Era hermosa. Pero su brazo quebraba aquel
conjunto de magnánima belleza. Estaba hinchado y ya de color negro, su rostro
golpeado y morado el ojo, además su brazo quemado por el aceite del sartén. Su
cabello perfecto escondía las lágrimas. Tenía 26 años, creía tener una vida por
delante. Intentaba recordar su nombre, su apellido, quería recordar quién era.
Con mucha delicadeza tomó una toalla y empezó a
secar. Era una hermosa flor que estaba descuidada, abandonada por ella y el
amor. Sonrió mientras lloraba, desde meses atrás nadie la había tocado con
tanto cariño y ternura como ella lo hacía, susurro “te amo”, sintió tan bien
escucharlo. Empezó a pensar y se colocó de nuevo la argolla en su mano. Era
hora de tomar acciones y cobrar venganza.
Intento todo con amor, ahora era una
guerra y ya no podía vivir así.
Ella lo miraba a él como un ángel, no hay nada más
doloroso que escuchar de la boca de un ángel la voz del demonio diciendo
blasfemias contra el amor que se llega a sentir por la pareja. Es duro escuchar
palabras tan frías y duras de los labios amados, se derrumba la fe, la
esperanza, el amor es lo último que se pierde. El amor era lo único que la
mantenía con vida pues aquella relación tortuosa le había dado tantas alegrías.
Ella lo amaba y él la utilizo. ¿A dónde se entierra un amor muerto cuando todo
el universo pregunta por él? Ella caminaba desnuda por la casa tarareando la
canción de Juan Gabriel, podía sentir el frio del ambiente y escuchaba como
roncaba él en el sofá de la casa. Lo observó de reojo y caminó a la cocina,
tomó un cuchillo y regresó a la sala. Se acostó con él, aquel hombre dormido,
la abrazo y le dio un beso en la cabeza, ella soltó una lágrima pues sabía que
estaba dormido. Primero fue la muñeca izquierda y luego la derecha. A lo lejos
sonaba la canción de Juan Gabriel y ella se fue como se van las horas de la
vida cuando nadie nos ama.
“Querida no me
ha sanado bien la herida, mira mi soledad, mira mi soledad…”
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