sábado, 23 de julio de 2016

Las letras divinas de los místicos.



El éxtasis de Santa Teresa. 
Acudimos a la iglesia de Santa Maria Della Vittoria, en Roma; visitamos la capilla Cornaro. Ahí preside aquel lugar una obra de arte extraordinaria. “El éxtasis de Santa Teresa” de Bernini, una obra barroca, de mármol. Con unos detalles en su escultura realmente admirables. La pieza muestra a un ángel sosteniendo una flecha dorada que apunta a la santa, que se encuentra en una especie de trance, aunque sus gestos sean eminentemente sexuales. En esta escultura podemos englobar lo que será la poesía hispánica de los llamados poetas místicos. En el presente discurso analizaremos dos poetas y un soneto de manufactura extraordinaria.

De Santa Teresa de Jesús mencionaremos sus “Versos nacidos del fuego del amor de Dios”. Obra poética a resaltar dentro de este momento literario hispánico. “¡Ay! ¡Qué larga es esta vida, / qué duros estos destierros, / esta cárcel, estos hierros, / en que el alma está metida! / Solo esperar la salida / me causa un dolor tan fiero, / que muero porque no muero.” Está estrofa de su composición poética nos demuestra que la santa está viendo la vida como una condena, una cárcel donde ella contempla y ve la muerte y el posterior encuentro cara a cara con Dios, como su libertad verdadera. A lo largo de su composición, se repite el vero “Que muero porque no muero”, concluyendo cada estrofa con él. Una figura extraordinaria, en donde juega con el lenguaje de manera sutil y elegante, para darnos la imagen de la vida y el paso de los días. Morir día a día, pero no morir ese mismo día. Durante toda la composición podemos observar lo que es la confesión del amor, la admiración por el creador y la búsqueda de la poesía como el único camino para poder llegar a expresar todo lo que la experiencia divina llega a despertar en ella. “Mira que el amor es fuerte; / vida no seas molesta, / mira que solo te resta, / para ganarte, perderte: / Venga ya la dulce muerte, / venga el morir muy ligero, / que muero porque no muero”. Mientras avanza la obra en su composición, se ve el deseo de muerte, pero no para escapar del dolor, es el deseo para poder alcanzar el objetivo, llegar a la presencia de Dios. La poeta habla de que ve a su amado en el santísimo sacramento, sin embargo no se llena de esa presencia y ansía poder verlo frente a frente, poder contemplarlo. Al igual que con Garcilaso, la presencia de la muerte es recurrente, pero cambia de volverse la amada en Garcilaso, pasa a ser el camino para llegar al cielo.

La figura del amado en Santa Teresa es clara referencia a Dios y su divinidad. La poeta habla de la entrega total e incondicional. “Qué mi amado es para mí / y yo soy para mi amado”. En las dos composiciones es una declaración de rendición y una súplica de encuentro, un tratado de lealtad y una sed de esperanza. Santa Teresa abre paso a San Juan.


El Crucificado.

Hay un soneto de especial mención, de belleza y ternura singular, con su métrica perfecta, endecasílabo. De melodía y ritmo tierno. De esos sonetos que hacen honor a su fama de arte mayor.

Se le ha atribuido a Santa Teresa, San Ignacio, San Francisco Javier, Fray Pedro de los Reyes, en fin, a cantidad de autores y santos, pero ninguno con prueba concreta de su autoría, pudiera ser una genial obra y broma a  la vez del Espíritu Santo para enseñarnos quien es el poeta de poetas.

El primer cuarteto dice: “No me mueve, mi Dios para quererte / el cielo que me tienes prometido, / ni me mueve el infierno tan temido / para dejar por eso de ofenderte”. El poeta anónimo inicia su obra con un camino de fe. Habla de moverse, pero ese movimiento va más allá de la simple acción. Es refrendar el verbo mover. No importa el cielo y el infierno, un elemento importante en la poesía mística, la luz y la sombra, el bien y el mal. Enseña desde el primer momento la prueba de amor. En el primer verso: “Para quererte (…)”.

El segundo cuarteto: “Tú me mueves, Señor; muéveme el verte / clavado en una cruz y escarnecido; / muéveme ver tu cuerpo tan herido; / muévenme tus afrentas y tu muerte”. El verbo ya se hace presente en todos los versos, indicando la acción profunda, indicando el impacto que causa ver al hombre destrozado, clavado en la cruz, indicando que esa contemplación causa ese movimiento masivo, de cuerpo y alma, de ternura y dolor.

Como todos los sonetos, cambiamos de estructura en la estrofa y pasamos al primer terceto que es el inicio del remate: “Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, / que aunque no hubiera cielo, yo te amara / y aunque no hubiera infierno, te temiera”. Regresamos a la luz y sombra de la primera estrofa. Refrenda el amor que siente por Dios, no importa si hay premio o castigo, el amor sigue igual de fuerte, el respeto se mantiene como es debido. Se acaba el tema del primer verso, lo remata en el siguiente terceto: “No me tienes que dar porque te quiera; / pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera”. Una declaración del anónimo. Rendición total ante el amor de Dios y ante la voluntad divina, que pase lo que tenga que pasar, igual te querré de tal manera, que me mueve y me destroza el corazón verte colgado en el madero.

Soneto para meditar durante la pasión de Cristo, la mayoría de las composiciones poéticas de este tiempo serán eso, herramientas para meditar, pero concebidas de belleza extraordinaria que no tienen comparación. Ese renegar del crucificado por su estampa en la cruz, se materializa después en el poema de Machado, La Saeta. Donde el poeta le dice al Cristo de la Agonía, que su cantar es para el que anduvo en la mar y no aquel que sufre por los pecados del mundo.

El cielo de letras de San Juan de la Cruz.

El poeta al que vamos a dibujar es un caso raro, una especia única en el mundo de las letras, pues él no tuvo la intención de ser poeta. Ser poeta está supeditado  a ser místico. Para San Juan, su poesía y su obra expresa la riqueza espiritual. Su obra es una muestra del desapego, la entrega desinteresada y la unión con Dios.

Para San Juan la poesía es un medio para expresar su realidad de fe. Comprendió que el lenguaje de la poesía es el más cercano para expresar la santidad, para acercar a las monjas carmelitas a esas experiencias con Dios. Su poesía es teológica. Sin embargo tiene un carácter profano y erótico. Gracias a una mezcla que hace de las poesías de Garcilaso y los Romances.

En su “Cantico Espiritual”, el poeta al estilo del “Cantar de los cantares” bíblico, hace un juego de lenguaje y figuras extraordinario, en donde nos relata la búsqueda de la amada por el amado. La figura poética desarrollada en esta obra es la “lira”.

Desde el inicio del poema observamos ya un elemento que nos hace una abstracción de la mañana de la resurrección en los evangelios. Vemos a la Magdalena preguntando por el cuerpo del maestro. Solo que en el Cantico Espiritual es la amada la que pregunta: “¿A dónde te escondiste, / amado,  y me dexaste con gemido? / Como el ciervo huiste / habiéndome herido; / salí tras ti clamando, y eras ido”. Vemos los elementos del amor de la novia, del amor de la Magdalena y luego ante nosotros vemos la resurrección. Luego avanza la obra y se menciona la búsqueda del amor por parte de la amada, con juego de palabras e imágenes, de paisajes, de fauna y flora.

Al igual que en el “Cantar de los Cantares”, San Juan nos hace una especie de dialogo entre la amada, el amado, las criaturas. En las siguientes estrofas, la amada no puede explicar las virtudes del amado, para ella él es perfecto, es un milagro. Inclusive el poeta nos manifiesta el nerviosismo y amor que ella siente al hacerla tartamudear en un extraordinario juego de palabras: “Un no sé qué que quedan balbuciendo”. Avanza la amada en su búsqueda, mientras se observa en los versos la fuerza de voluntad, los celos, el origen divino de su amor, el amor como la ilusión y la esperanza, el perdón incondicional, la vida futura y la esperanza de volverlo a amar.

Hay una estrofa que nos hace mención directa a lo que podríamos llamar el nerviosismo de una cita actual, el encuentro de amor: “La noche sosegada / en par de los levantes del Aurora, / la música callada, / la soledad sonora, / la cena que recrea y enamora”. Se manifiesta el preludio perfecto para el erotismo y la ternura que se manifiesta en las siguientes estrofas. Importante mencionar la genialidad de San Juan de poder escribir en voz femenina sus más tiernas y apasionas estrofas.
Después de esa búsqueda y el encuentro, aparece la entrega total, la consagración plena del amor de la amada a su amado. Y mientras más avanza la obra, mas ella refuerza esa confesión de amor.

Al consagrarse el amor, San Juan de la Cruz nos recuerda la naturaleza del hombre: “En soledad vivía; / y en soledad ha puesto ya su nido / y en soledad la guía / a solas su querido, / también en soledad de amor herido”. En esta estrofa la palabra clave SOLEDAD aparece en todos los versos y solo cambia al mencionar que “a solas” le guían su amor.  El hombre es solitario por naturaleza. 

Otro poema magistral que hay que señalar de San Juan La Cruz es “La noche oscura”, obra en donde nos muestra las fases del camino a Dios. Nuevamente con voz femenina, nos menciona el camino purgativo y el contemplativo. Sin embargo nos demuestra nuevamente su erotismo y siempre busca la metáfora sexual para explicar la unión divinidad-mortalidad: “¡Oh noche, que guiaste! / ¡Oh noche, amable más que el alborada! / ¡Oh noche que juntaste / amado con amada / amada en el amado transformada!” Terminamos con la “Llama de amor viva”. 
Poema igual de manufactura extraordinaria que nos lleva al principio de este discurso, al éxtasis de Santa Teresa. “¡Oh llama de amor viva, / que tiernamente hieres / de mi alma en el más profundo centro!, / pues ya no eres esquiva, / acaba ya si quieres; rompe la tela de este dulce encuentro”. Solo en está estrofa vemos una vez más la paradoja del poeta, cielo-tierra, luz-oscuridad, sexo-inocencia. El éxtasis explicado con poesía a los profanos. De San Juan solo nos queda decir: “(…) cuan delicadamente me enamoras!”.

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