Aun
podía recordar las madrugadas abrazado a Circe, recordar su pálida piel y sus
formas perfectas y duras; ella tenía el cuerpo de una mujer en la flor de su
edad, aunque sus conocimientos hacían ver que Circe existía desde las guerras
titánicas. Todas las noches durante un año fue exactamente lo mismo, entregarse
a la diosa y a ella volverla mortal por medio de los placeres carnales y
apasionados que solo ella y Ulises renovaban constantemente. La tripulación se
quejaba y fue por eso que Ulises decidió reiniciar su camino a casa.
Se
acercaban a la isla de las sirenas y el mortal que volvió loca a una diosa, pecando
de vanidad quiso tener un trofeo nuevo en la repisa de su egocentrismo. Quería
ser el primero en escuchar el canto de las hermosas sirenas y sobrevivir.
Recordó la noche en la que jugaban a la creación del mundo entre el medio de
las piernas de la diosa, cuando ella entre los ruidos del amor y la pasión le
conto al oído un secreto a su amante taciturno. El secreto para poder avanzar
más allá de la isla de las sirenas. Decían los antiguos que la sabiduría de las
mujeres se expande y se aprende en la cama durante las noches.
Al
horizonte asomó el dibujo de los cañones que dibujaban las montañas rocosas de
la isla, la niebla y la oscuridad infundió de temor el corazón de la
tripulación, pero el deseo de eternidad envalentonó el corazón de Ulises. Dio
la orden de que se taparan los oídos con todo el rigor y fuerzas, que lo ataran
al mástil y lo sujetasen fuerte, que por más que rogará y ordenará su
liberación, no lo soltasen jamás. La nave bailaba con la muerte con la música
de las aguas, mientras la tripulación ataba a su obstinado capitán y el resto
se tapaban los oídos. Al acercarse a las costas de la isla todo cambió de
pronto…
Ulises
vio las playas de arena blanca aparecer en la costa, la flora del paraíso y
creyó llegar al jardín de las Gracias mientras observaba como mujeres desnudas,
de cabellos rubios y negros le saludaban y le tiraban besos. La mayoría de
ellas le hacían gestos carnales y le incitaban a tirarse a las aguas y poder
yacer con ellas. Las playas de arena negra, de tierra quemada aparecieron
estremeciendo las uniones del barco. Los hombres se aterrorizaron y solo podían
ver el estruendo que generaban las creaturas aladas que volaban alrededor de la
nave. Todos miraban con pavor a Ulises que se encontraba perdido en el
horizonte y trataba por todos los medios de quitarse las amarras y pateaba a
sus custodios. Las creaturas eran aladas y tenían el rostro de mujeres viejas y
corroídas por la vida. Parecían gritar, intentaban por todos los medios caer a
la nave y raptar a la tripulación. Pero por alguna razón no podían. Ulises no
daba crédito a lo que veía: mujeres de tan hermosas figuras, de senos
rebosantes y caderas infinitas. Piernas talladas por el mismo creador de la
tierra, la belleza que jamás había visto y todas querían estar con él.
En
los cantos que Ulises escuchaba, le transmitían sus deseos de estar con el
valiente y poderoso Ulises, aquel que le rompió el corazón a una diosa. Ellas
querían estar con un hombre así. El barco se asomaba y entraba al riachuelo que
cruzaba la isla, la libertad esperaba como una amante al final de aquel rio.
Las
aves deformadas se abalanzaron sobre la nave y empezó así una batalla titánica
contra los remos, luchaban hombres contra deformes creaturas que volaban
alrededor, la pureza luchaba contra la lujuria, mientras en el mástil, el
hombre intentaba por todos los medios ceder al apetito de la carne, al deseo de
sentirse hombre.
A
medida que se adentraban en la isla, Ulises contemplo la belleza de las mujeres
de toda la tierra, desde las mujeres de piel negra, hasta aquellas con tintes
rojizos, de muslos amplios y de boca chica, era un compendio de belleza de
femenina, Ulises deseaba estar con todas, si durante un año complació con
creces a una diosa, ya serán unas mortales de aquella isla. A Ulises se le
habían olvidado las sirenas y solo pasaban ante sus ojos las hermosas princesas
de aquella isla. Piedras, mordidas, niebla y de pronto uno de ellos gritó,
había visto una cascada y el final de aquella prueba. Estaban cerca de la
libertad pero su capitán estaba al borde de la locura. Entonces Ulises la vio a
ella, la única y la amada, la dulce e inocente, su fiel Penélope, había visto a
todas las mujeres de la tierra y era ella la que lo volvió loco.
Empezó
a morder las ataduras, a patear a los carceleros, gritaba el nombre de su amada
y luchaba contra la locura de sus subalternos. Ulises rompió las amarras y cayó
de bruces contra el suelo. Las sirenas enternecieron más su canto, tanto que a
la tripulación le llego a la piel el sonido del deseo. Ulises se empezó a
arrastrar por la nave, mientras contemplaba a su esposa desnuda ya recostada
sobre el aposento, le esperaba para recordar los días de la gloria, para
escuchar sus historias de amor y de victorias; quería revivir todas las noches,
las madrugadas perdidas en el sitio de Troya.
Las
sirenas enloquecían junto a él. A Ulises le faltaba poco para saltar del barco
y llegar con su amada, los hombres intentaban sujetarlo y las sirenas se
volvían locas por raptar a esos hombres. De pronto a Ulises se le acabo el
mundo y junto con sus hombres cayeron por la cascada, las sirenas derrotadas de
la cólera se dejaron caer y chocaron contra el mar volviéndose miles de pétalos
de rosas rojas, la lujuria al entrar en contacto con la pureza, se hace
inocencia y se vuelve virginidad. Ulises abrió los ojos y contemplo el horror
que sus hombres acababan de pasar, Penélope no estaba, no lo esperaba deseosa,
no estaba ahí, quizás seguía haciendo su mortaja, quizás, tan solo quizás
seguía sin conocer otro hombre.
Ulises
guardo silencio, camino al borde de la nave y rompió en llanto. Pudo haber
muerto despedazado, pero entendió que con todos los dolores que la pasión
guarda, no había muerte más gloriosa y dichosa, que morir entre los brazos de
una amada. Irse desnudo de esta vida, regresando al inicio de la vida, en el
baile taciturno de la pasión, lloraba por no haber muerto, pero a la vez
recordó que su amada le esperaba, y que en los brazos de ella debía morir.
Interesante.... tan agónico es el hombre cuando es tocado por el deseo y el recuerdo de la mujer amada!!! Quien puede responder a esto??
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