domingo, 10 de julio de 2016

SIRENAS.



Aun podía recordar las madrugadas abrazado a Circe, recordar su pálida piel y sus formas perfectas y duras; ella tenía el cuerpo de una mujer en la flor de su edad, aunque sus conocimientos hacían ver que Circe existía desde las guerras titánicas. Todas las noches durante un año fue exactamente lo mismo, entregarse a la diosa y a ella volverla mortal por medio de los placeres carnales y apasionados que solo ella y Ulises renovaban constantemente. La tripulación se quejaba y fue por eso que Ulises decidió reiniciar su camino a casa. 

Se acercaban a la isla de las sirenas y el mortal que volvió loca a una diosa, pecando de vanidad quiso tener un trofeo nuevo en la repisa de su egocentrismo. Quería ser el primero en escuchar el canto de las hermosas sirenas y sobrevivir. Recordó la noche en la que jugaban a la creación del mundo entre el medio de las piernas de la diosa, cuando ella entre los ruidos del amor y la pasión le conto al oído un secreto a su amante taciturno. El secreto para poder avanzar más allá de la isla de las sirenas. Decían los antiguos que la sabiduría de las mujeres se expande y se aprende en la cama durante las noches.

Al horizonte asomó el dibujo de los cañones que dibujaban las montañas rocosas de la isla, la niebla y la oscuridad infundió de temor el corazón de la tripulación, pero el deseo de eternidad envalentonó el corazón de Ulises. Dio la orden de que se taparan los oídos con todo el rigor y fuerzas, que lo ataran al mástil y lo sujetasen fuerte, que por más que rogará y ordenará su liberación, no lo soltasen jamás. La nave bailaba con la muerte con la música de las aguas, mientras la tripulación ataba a su obstinado capitán y el resto se tapaban los oídos. Al acercarse a las costas de la isla todo cambió de pronto…

Ulises vio las playas de arena blanca aparecer en la costa, la flora del paraíso y creyó llegar al jardín de las Gracias mientras observaba como mujeres desnudas, de cabellos rubios y negros le saludaban y le tiraban besos. La mayoría de ellas le hacían gestos carnales y le incitaban a tirarse a las aguas y poder yacer con ellas. Las playas de arena negra, de tierra quemada aparecieron estremeciendo las uniones del barco. Los hombres se aterrorizaron y solo podían ver el estruendo que generaban las creaturas aladas que volaban alrededor de la nave. Todos miraban con pavor a Ulises que se encontraba perdido en el horizonte y trataba por todos los medios de quitarse las amarras y pateaba a sus custodios. Las creaturas eran aladas y tenían el rostro de mujeres viejas y corroídas por la vida. Parecían gritar, intentaban por todos los medios caer a la nave y raptar a la tripulación. Pero por alguna razón no podían. Ulises no daba crédito a lo que veía: mujeres de tan hermosas figuras, de senos rebosantes y caderas infinitas. Piernas talladas por el mismo creador de la tierra, la belleza que jamás había visto y todas querían estar con él.


En los cantos que Ulises escuchaba, le transmitían sus deseos de estar con el valiente y poderoso Ulises, aquel que le rompió el corazón a una diosa. Ellas querían estar con un hombre así. El barco se asomaba y entraba al riachuelo que cruzaba la isla, la libertad esperaba como una amante al final de aquel rio.

Las aves deformadas se abalanzaron sobre la nave y empezó así una batalla titánica contra los remos, luchaban hombres contra deformes creaturas que volaban alrededor, la pureza luchaba contra la lujuria, mientras en el mástil, el hombre intentaba por todos los medios ceder al apetito de la carne, al deseo de sentirse hombre.

A medida que se adentraban en la isla, Ulises contemplo la belleza de las mujeres de toda la tierra, desde las mujeres de piel negra, hasta aquellas con tintes rojizos, de muslos amplios y de boca chica, era un compendio de belleza de femenina, Ulises deseaba estar con todas, si durante un año complació con creces a una diosa, ya serán unas mortales de aquella isla. A Ulises se le habían olvidado las sirenas y solo pasaban ante sus ojos las hermosas princesas de aquella isla. Piedras, mordidas, niebla y de pronto uno de ellos gritó, había visto una cascada y el final de aquella prueba. Estaban cerca de la libertad pero su capitán estaba al borde de la locura. Entonces Ulises la vio a ella, la única y la amada, la dulce e inocente, su fiel Penélope, había visto a todas las mujeres de la tierra y era ella la que lo volvió loco.

Empezó a morder las ataduras, a patear a los carceleros, gritaba el nombre de su amada y luchaba contra la locura de sus subalternos. Ulises rompió las amarras y cayó de bruces contra el suelo. Las sirenas enternecieron más su canto, tanto que a la tripulación le llego a la piel el sonido del deseo. Ulises se empezó a arrastrar por la nave, mientras contemplaba a su esposa desnuda ya recostada sobre el aposento, le esperaba para recordar los días de la gloria, para escuchar sus historias de amor y de victorias; quería revivir todas las noches, las madrugadas perdidas en el sitio de Troya.

Las sirenas enloquecían junto a él. A Ulises le faltaba poco para saltar del barco y llegar con su amada, los hombres intentaban sujetarlo y las sirenas se volvían locas por raptar a esos hombres. De pronto a Ulises se le acabo el mundo y junto con sus hombres cayeron por la cascada, las sirenas derrotadas de la cólera se dejaron caer y chocaron contra el mar volviéndose miles de pétalos de rosas rojas, la lujuria al entrar en contacto con la pureza, se hace inocencia y se vuelve virginidad. Ulises abrió los ojos y contemplo el horror que sus hombres acababan de pasar, Penélope no estaba, no lo esperaba deseosa, no estaba ahí, quizás seguía haciendo su mortaja, quizás, tan solo quizás seguía sin conocer otro hombre.

Ulises guardo silencio, camino al borde de la nave y rompió en llanto. Pudo haber muerto despedazado, pero entendió que con todos los dolores que la pasión guarda, no había muerte más gloriosa y dichosa, que morir entre los brazos de una amada. Irse desnudo de esta vida, regresando al inicio de la vida, en el baile taciturno de la pasión, lloraba por no haber muerto, pero a la vez recordó que su amada le esperaba, y que en los brazos de ella debía morir. 

1 comentario:

  1. Interesante.... tan agónico es el hombre cuando es tocado por el deseo y el recuerdo de la mujer amada!!! Quien puede responder a esto??

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