“Pobres poetas a quienes la vida y la muerte
persiguieron con la misma tenacidad sombría
y luego son cubiertos por impasible pompa
entregados al rito y al diente funerario…”
persiguieron con la misma tenacidad sombría
y luego son cubiertos por impasible pompa
entregados al rito y al diente funerario…”
Su mano
se movía con magistral sincronía con el universo, los puntos que unía en la
pizarra eran demasiados corazones rotos en su camino… ella no lo sabía pero el
mundo se detenía cada vez que abría los ojos. Él por su parte, caminaba por la
vida como una sombra despreciada por mujeres y por bancos, sin nada más que
algunas canciones de Bronco y Vicente Fernández como tesoros del corazón.
Quizás una autopista al infierno, quizás respuestas a preguntas que flotaban en
el aíre… buscaba respuestas de una pregunta que nunca tendría respuesta. Los
dos coincidían a diario, los dos se miraban y se disfrutaban en sus pocos
minutos libres. Pero la vida misma jugaba con ellos, los dos eran imposibles
causalidades de la vida. Sin besos ni abrazos, tan solo rutinas y gramáticas obscenas.
“…ellos -oscuros como piedrecitas- ahora
detrás de los caballos arrogantes, tendidos
van, gobernados al fin por los intrusos,
entre los edecanes, a dormir sin silencio…”
detrás de los caballos arrogantes, tendidos
van, gobernados al fin por los intrusos,
entre los edecanes, a dormir sin silencio…”
Silencio,
era lo que la vida le había regalado a ambos, ambos viviendo en un mundo
ruidoso, con tramites de viajes y pagos, con rutinas de vida, con un futuro
arreglado, pagando deudas, pagando cervezas, pagando besos… cual piedra que se
hunde en un río, así se hundía en la vida el pobre tipo, sin luceros en el
cielo, tan solo con nubes pasajeras… sin amores para ser cuerdo, tan solo
locuras de la vida.
Preguntas de café y eterna espera, despedidas diarias y saludos
diarios… el reloj de las paredes caminaba y le robaba a cada momento la vida.
La maldición de las almas gemelas que se encuentran en prosas de Cortázar y se
unen en versos de Neruda… en sonetos de amor desesperado, de español lengua y
de británico acento. ¿Acaso no ves los luceros en el cielo? Debajo de la luna
de las sonrisas de los amores que fueron, de las estrellas luminosas de amores
que son, de la negra noche, que esconde el camino del futuro.
“…Antes y ya seguros de que está muerto el muerto
hacen de las exequias un festín miserable
con pavos, puercos y otros oradores…”
hacen de las exequias un festín miserable
con pavos, puercos y otros oradores…”
Él la
miraba y en su caminar observa las poesías de Neruda, los cantos generales, los
mares tormentosos de los ojos de sus amantes, observa la isla negra desnuda,
tan solo habitada por deseos que se consumen en besos de papel. La miraba con
tanto cariño y pasión que violaba el noveno mandamiento de los judeocristianos.
La miraba, creyendo que el cielo era detrás de su sonrisa. La muerte era tan
solo un premio deseable a cambio de vivir en un mundo en donde no podía amarla.
“…aprovecharon su muerte y entonces la ofendieron:
solo porque su boca está cerrada,
y ya no puede contestar su canto.”*
solo porque su boca está cerrada,
y ya no puede contestar su canto.”*
Fue así
que decidió escribirle en papel los deseos y cariños de su alma, deseando poder
imitar a los grandes de las letras,
esperando que un Virgilio pudiese entrar en su oficina, en su camino, que lo
guiara para decirle a ella lo que significaba para el muerto que con su mano
sostenía el compás, las estrellas y las esquinas de los cielos. Sus ojos observaban
un letrero: “Escuela nacional primaria San Arnulfo del Motagua”. Debía
escribirle pues un día de estos las balas lloverían en lugar de lluvia en aquel
pueblo… al final tan solo pudo escribirle: “Te quiero y te dejo dos besos de
papel”.
Suspiraba
con el papel en la mano, mientras sus ojos miraban en el firmamento las montañas
y sus oídos como todos los días se deleitaban con el sonido del río. A falta de
luceros, nubes. Pensó. Mientras en la mano portaba una declaración de amor que nacía
muerta al mundo de los colores y de los vivos.
*Soneto LIX. [1959] / Cien Sonetos
de amor. Pablo Neruda.
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