-Buenas
noches- le dijo.
Ella
lo miro de reojo y con recelo. La parada de buses estaba oscura y no había
nadie alrededor.
-Buenas
noches- dijo ella.
En
la esquina de la calle había un poste y un foco arriba que medio iluminaba de
tonada naranja la calle. Ella abrazaba un libro que tenía y él estaba parado
detrás de ella. Por un momento ella sintió como la mirada de él la dibujaba,
como la manoseaba y violaba con la mirada. El silencio de la noche le hizo
ponerse más nerviosa cuando empezó a ponerle atención a la respiración del
desconocido.
-Usted
se parece a una novia que tuve hace unos años- le dijo esa voz masculina
mientras la respiración se acercaba cada vez más.
Ella
se quedó en silencio y no contesto. Abrazaba cada vez más el libro y sintió
como el sudor frio de su cuerpo aparecía a medida que sentía que el hombre
desconocido se acercaba poco a poco a su humanidad.
-La
última vez que la vi estaba hermosa, con ese vestido negro y la soledad que la
acompaña desde esa vez- El piso resonó el eco de los pasos que se acercaban a
ella.
Ella
no sabía qué hacer, el extraño se acercaba poco a poco a su cuerpo. Tenía
miedo. Abrazaba el libro y rezaba al cielo para que nada pasará. El microbús no
llegaba todavía y el miedo ya se había apoderado de ella.
-Sabes…
lo último que le dije fue que la amaba y que cuidará mi libro- dijo la voz que empezó
a ser conocida.
Ella
había tenido ese libro desde hace años, le recitaba poesías a su novio siempre
y le amaba por medio de aquellas letras. Pero su muerte le arrebato además de
su amado, el sentido de la vida. Desde entonces todos los meses caminaba al
cementerio y le leía todo el poemario. Lo hacía para mantener vivo el calor de
los abrazos y los besos.
-Gracias
por leerme poesía, buñuelito- dijo la voz.
Ella
se quedó paralizada. No había escuchado esa voz en años. Se giró de inmediato y
por una fracción de segundo lo vio, estaba ahí con ella. Con su traje gris que
se llevó a la tumba. Él le sonrió y le guiñó un ojo. Desapareció con el viento
leve que se levantó en aquella oscura calle.
-Te
extraño- le dijo ella mientras el viento le daba un beso en la boca.
El
foco del poste empezó a tintinar, encenderse y apagarse, ella se quedó viendo
el cielo y en silencio abrió el libro. Sus ojos se llenaron de lágrimas y con
la voz entrecortada empezó a recitar: -“Hay un país extenso en el cielo con las
supersticiosas alfombras del arco-iris y con vegetaciones vesperales: hacia
allí me dirijo, no sin cierta fatiga, pisando una tierra removida de sepulcros
un tanto frescos, yo sueño entre esas plantas de lugumbre confusa…”- una
lagrima cayó al piso y el silencio regreso a los muertos al cementerio y aquel
amor a un sepulcro.
-Buenas noches- dijo ella, llorando en silencio.
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