A
Brenda O.
La lluvia arreciaba en la ciudad aquella tarde, no
había puesta de sol naranja, no había más magia que el recuerdo de la gloria
pasada en las calles de la Xelaju Eterna.
Habían dicho que abrían una biblioteca y ella con su
espíritu aventurero y su mirada de bisturí acudió al llamado de la cultura
altense, quería ser testigo de algo maravilloso que se levantaba en la vieja
estación del ferrocarril, donde después quedo la zona militar y sus fantasmas.
Había sueños, poesía y música, pero no había libros.
Todas las personas buscaban en los pequeños salones los libros, pero estaban
guardados bajo llave igual que la gloria de la ciudad, la cultura no es para
todos y la palabra publica se quedó en eso, en ser su más hermosa génesis,
palabra.
Ahí estaba el extraño de abrigo negro, aquel que
mandaba saludos por medio de los otros, el que nerviosamente se volteaba y
trataba de ignorarla. Lo que ella no sabía era que él actuaba distante e
indiferente por miedo a que sus ojos lo atravesaran y desnudaran el alma. Ella
se acercó y entonces él se volvió rojo, parecía la erupción del Santiaguito y
no pudo articular más palabras que hola, entonces ella le tomó una fotografía
en donde capturó, no solo su sonrisa, se llevó su alma, así debe ser la magia
negra de las mujeres cuando se encuentran un corazón en guardia baja. Lo
conquisto sin siquiera disparar un gesto, un cariño. Fue solo su presencia y su
mirada, la fotografía estaba de más.
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Sin tus ojos... la poesia pierde su sentido.