La calle principal de San
Arnulfo era ancha, adoquinada, con una vista especial de

Al llegar a la pequeña plaza
central, se ubicaba un falso pimiento en el centro, dándole sombra a una fuente
de leones que vomitaban agua. La iglesia de sobria fachada barroca, era
dedicada a San Arnulfo, el patrono de las cervezas. Desde el campanario se
podía ver todo el pueblo, por eso fue que en la masacre de San Adelmo, aquel 25
de mayo de 1980, los tiradores del ejército tomaron la iglesia y no la
quemaron.
Desde el campanario se
observa la “Alameda de los dolores”, calle que conduce al sur del pueblo, con álamos
sembrados durante la época de Ubico a los lados de las calles y que aún hoy se
conservan. La alameda finaliza en el cementerio del pueblo. Tres cuadras antes
del cementerio se encuentra la casa de doña Raquel, eterna florista del pueblo.
Doña Raquel es la principal
invitada en los velorios, pues los deudos llegan a ella para pedirle la fabricación
de las coronas de flores que se colocan sobre las cajas. Motivo por el cual,
ella no llega a los velorios, pero si a las misas de cuerpo presente.
Este año es diferente para
ella, su esposo, Jacinto Pérez ha fallecido en abril. Es por eso que la celebración
de los fieles difuntos de este año, es acompañada con el silencio del luto,
pues ha decidido guardarle duelo a su esposo hasta su muerte.
La corona de flores que le
hizo a Jacinto fue especial, era redonda al igual que todas. Llevaba claveles
rojos, pues fue la primera flor que le dio su esposo cuando la estaba
enamorando. Ella recordaba ese día muy bien, antes de que empezará a llover las
estrellas del cielo. Antes de los cachinflines asesinos de las navidades.
La otra flor que le colocó
fue lirios. La decoró con lirios pues le recordaba al aroma que andaba su
marido después de bañarse, excepto las tres veces que se cayó en el zanjón de
la trinitaria, pues por mucho que se lavaba, seguía apestando.
La tercera flor que decoró
aquella corona en aquella tarde abril, eran quince girasoles. En memoria de
todos los quince de mes, fecha en que se habían vuelto novios y se habían casado.
Quería colocarle girasoles, pues al dejarlos en la tumba, junto a su esposo,
dejaba la alegría de los días junto a él.
Dicen las gentes del pueblo
que aquella corona fue unida con las lágrimas de doña Raquel, quien no dejaba
de llorar y tejía con sus lágrimas, los lazos que unían las flores en aquella
corona. Con la punta de sus dedos tomaba las lágrimas y las convertía en hilo
de dolor y olvido.
Cuando se despidió de su
esposo al pie de la tumba, al atardecer de abril, llorando, se colocó junto a
la caja y en un susurro dijo: -Siempre fuiste el viento que hizo volar este
barrilete que tengo por corazón- Después de aquellas palabras, un beso y un adiós.
Doña Raquel sigue elaborando las coronas para
los muertos del pueblo, en los próximos días tendrá mucho trabajo. Será la
primera vez que ese barrilete canoso ya no vuele en los cielos de San Arnulfo.
Qué hermosa historia. Me encantó la oración: "Siempre fuiste el viento que hizo volar este barrilete que tengo de corazón". Felicitaciones amigo.👏👏👏👏👏
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