Recuerdo cuando hace unos años, mi casa era de dos
niveles y techo de lámina. El piso del segundo piso era de madera. Lo recuerdo
con alegría y dulzura. Recuerdo cuando aún se podía ver en la mayoría de techos
de mi barrio las distintas mazorcas secándose sobre la lámina. Cuando llegaba
esa época mágica del año, mi abuelo llegaba a medio día y siempre me decía,
“eres el más grande patojo, dale el ejemplo a tus primos y a tu hermano, vamos
a bajar las mazorcas”. A pesar de que la tarea era en conjunto, siempre fue
cansada y algunas veces duras. El trabajo en casa marcó mi infancia. El más
grande siempre daba el ejemplo, creo en eso y creo que siempre ha sido así. He
terminado hace unos días un libro sobre el gobierno del General Jorge Ubico,
dictador eterno de Guatemala, le digo eterno pues hasta nuestros días los
abuelos lo recuerdan, gozamos de un Palacio Nacional que no tiene nada que
envidiar con algunos monumentos de Europa y hasta hace poco murió su última
hija viva, la cedula de vecindad. El libro del doctor Sabino tiene un manejo
extraordinario de la historia, aunque quiero resaltar a opinión personal que
trata de humanizar, es decir, hacer ver al dictador con más luces que sombras,
hay que recordar que fue una dictadura. Aunque sus logros son destacados y
quizás hasta la fecha… podríamos decir únicos. Pero en la época de Ubico, el
más grande da el ejemplo y a mí me formaron de esa forma. Pero luego descubrí
que los más grandes, los que tendrían que ser ejemplo, luz y honor de la
patria, son unos animales que viven hacinados en sus despachos de gobierno,
tanto en Casa Presidencial, como en el Congreso y como en nuestra Suprema
Corte. ¿Dónde ver ejemplo bueno cuando se mira la parcialidad de los juzgadores
en Guatemala y los vicios en los procesos? ¿Cómo defender la patria nuestra, si
tenemos una clara agresión a la soberanía como es la CICIG?
Existió un tiempo en
donde los poetas gritaban y nadie los escuchaba. Existió un tiempo en
donde ella caminaba a mi lado, por todos lados y a todas partes, existió
un tiempo en que lo más importante de la
vida éramos nosotros. Existió un tiempo en donde el amor estaba por todas
partes y por todos lados… existió una vida, dulce vida, antes claro que al
igual que nuestra historia, tomamos decisiones que nos separan y lastiman. Que
nos duelen y nos matan. Maldito orgullo del alma, corazón sensible de piedra,
corazón que busca amigos y va a por ellos, pero que espera al amado, que lo espera, que lo espera
y ya no lo busca como antes. Ahora se antepone el yo, se antepone el yo ante el
tú, y en un determinado y maldito momento, dejo de
existir el nosotros. Se ha perdido la magia, la fuerza de la vida. Es por eso
que en este país de la gris primavera, el más valiente es el guatemalteco vivo.
El que se levanta a trabajar los campos, el policía honrado, el fiscal que
batalla en contra de la dirección del MP que esta acuartelado por la otrora
izquierda guerrillera. Amanece en Guatemala y solo los valientes sonríen,
solo aquellos que ante tanta sangre, ante tanta violencia, ante tanta corrupción,
ante tanto circo, simplemente sonríen y aman.
Bienaventurados los guatemaltecos que trabajan por la patria.
Suspiro al recordar aquellos tiempos en que el corazón era un solo nosotros.
Pero sueño con que mi Guatemala y sus
pueblos, mayas, xinca, garífuna, ladino… se olviden de una buena vez de esa
división y abran los ojos y digamos NOSOTROS SOMOS GUATEMALA. Por toda la
sangre derramada en el conflicto armado,
por todos los mártires inocentes que mueren día a día en su trabajo o de camino
a él. Un elogio a esos que sonríen y viven
en la nación que parece un sueño, una utopía; esa nación donde dejemos
de lado los prejuicios coloniales, donde nos unamos y formemos un solo
nosotros.
La historia de mi Guatemala es milenaria, es ancestral. Va
mucho más allá de la llegada del español, del conquistador. Cuando aún en lo
alto no gobernaba el hombre de maíz, no existían los señores de Xibalba. Solo… había
silencio y todo estaba en desorden. Me
imagino ese llamado con un caracol, si es que existía, la convocatoria
divina, para los abuelos, para los señores que se juntaron en una especie de
concilio y nos formaron. Un elogio al quetzal…
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